Dr. Francisco Pineda Gómez*
Las operaciones militares para asesinar a Emiliano Zapata comenzaron en 1911, inmediatamente después de que se organizara el Ejército Libertador. Ese año, hubo cuatro intentos fallidos que muestran, desde el inicio, cuáles fueron las fuerzas y las estrategias empleadas contra la revolución campesina de México.
Primero
fue una emboscada que montó el ejército federal en Jojutla —el 28 de abril de
1911— con apoyo de Ambrosio Figueroa y Guillermo García Aragón, maderistas.
Estos últimos pusieron el ingrediente del engaño necesario para llevar a Zapata
a la trampa. Hicieron creer que harían un ataque conjunto sobre Jojutla. Pero,
antes de emprender el ataque, el general en jefe del Ejército Libertador
recibió información de cómo estaban dispuestas las fuerzas federales y
maderistas en Jojutla. Figueroa acampó cerca de la ciudad sin ser atacado,
mientras que la artillería y las ametralladoras porfiristas se habían
concentrado en la zona donde los zapatistas iniciarían el asalto. En esta
ocasión y en otras posteriores, el trabajo de información de los insurgentes
salvó la vida de Zapata.
Ambrosio
Figueroa, cacique de Huitzuco, Guerrero, tenía relaciones estrechas con las
haciendas de Jojutla, en especial con los hermanos Felipe y Tomás Ruiz de
Velasco. Desde ese campo, la oligarquía, se gestó el arreglo entre Figueroa y
el porfirismo. La iniciativa vino de Guillermo de Landa y Escandón, senador
porfirista en dos ocasiones, gobernador del Distrito Federal y sobrino del
general Pablo Escandón, hacendado y gobernador de Morelos. El acuerdo con
Ambrosio Figueroa se realizó a través del teniente coronel Fausto Beltrán,
aquél que estará al mando de la emboscada en Jojutla. Para los maderistas, el
principal resultado fue que Porfirio Díaz designara a Francisco Figueroa
—hermano de Ambrosio— como gobernador provisional en el estado de Guerrero.
Luego que
falló la primera emboscada para asesinar a Emiliano Zapata, los porfiristas
trataron de someterlo con ofrecimientos económicos. La respuesta del jefe
insurrecto fue la ofensiva: el ataque y toma de Cuautla. Pero, además, Zapata escribió
una carta que fue publicada el 10 de mayo de 1911: “Es necesario que desechen esa farsa ridícula,
que los hace tan indignos y tan despreciables y que tuvieran más tacto para
tratar con gente honrada […]. Yo me he levantado, no por enriquecerme, sino
para defender y cumplir ese sacrosanto deber que tiene el pueblo mexicano honradoy estoy dispuesto a morir a la
hora que sea”.[i]
El jefe del Ejército Libertador enfatizó
así los campos del enfrentamiento social: por un lado, el pueblo mexicano
honrado; por otro, el enriquecimiento y la farsa ridícula de los indignos y
despreciables.
Así, desde las primeras semanas de la multitud
insurrecta, quedó la marca imborrable en la memoria que guardamos de Emiliano
Zapata, como símbolo de la dignidad y la honradez, en las luchas del pueblo
trabajador mexicano.
Las fuerzas de la oligarquía
Al otro día de la toma de Cuautla, el maderismo y el porfirismo
llegaron a un arreglo en Ciudad Juárez. El secretario de Relaciones Exteriores,
Francisco León de la Barra, quedó como presidente provisional; fue abogado,
diputado y embajador porfirista en Brasil, Argentina, Uruguay, Bélgica, Holanda
y Estados Unidos.
Después,
en febrero de 1913, León de la Barra apoyará el golpe de Estado contra Madero y
nuevamente será secretario de Relaciones Exteriores. Al siguiente día del
asesinato de Madero y Pino Suárez, en Lecumberri, el canciller huertista arguyó
—ante el embajador de Estados Unidos— que su gobierno había trasladado a Madero
y Pino Suárez a la penitenciaría porque ahí estarían más cómodos, que en
Palacio Nacional, y más seguros (tal cual). Así consta en el archivo del
Departamento de Estado.[ii]
Durante su presidencia provisional se realizaron otros dos intentos para
asesinar a Emiliano Zapata.
A la
caída de Porfirio Díaz, Emiliano Zapata se reunió con Francisco Madero, el 8 de
junio de 1911, en la ciudad de México. “En atención a los servicios que ha
prestado usted a la revolución —dijo Madero— voy a procurar se le gratifique
convenientemente de manera que pueda adquirir un buen rancho”. El jefe
insurrecto le respondió enojado, “yo no entré a la revolución para hacerme hacendado;
si valgo algo, es por la confianza que en mí han depositado los campesinos”.[iii]
Entonces
se puso en marcha la siguiente operación. Si los rebeldes no se doblegaban con
ofrecimientos, había que matarlos. Éste es un procedimiento fundamental del
poder: la corrupción y el asesinato, el exterminio político moral y el
exterminio físico, para acabar con las luchas del pueblo trabajador.
En julio
de ese año, un contingente zapatista asistió a la ciudad de Puebla para recibir
a Madero y se instalaron en la plaza de toros. El campamento daba el aspecto de
una feria, relataron dos testigos, “niños, mujeres y ancianos, por centenares,
se encontraban, unos durmiendo y otros entonando canciones populares”. La noche
del 12 de julio de 1911, el ejército federal atacó a los zapatistas: el fuego
de fusilería que vomitaban las ametralladoras y los cañonazos, que disparaban a
150 metros, masacraron a las familias y a los insurrectos.[iv]
A la
mañana siguiente, Madero arribó a Puebla y visitó el cuartel del Carmen, frente
a la plaza de toros. Allí felicitó a los asesinos “por su lealtad y disciplina”,
encareciéndoles que obraran siempre así, pues era necesario fortalecer al gobierno.
Además, pidió al presidente provisional que ascendiera al coronel asesino, Aureliano
Blanquet, al grado de general.[v]
Y se
montó la emboscada. Cuando Madero se enteró de que Zapata hacía preparativos
para atacar a Blanquet, Francisco Vázquez Gómez —candidato maderista a la
vicepresidencia, en 1910— envió un telegrama que se copió en papel membretado del Estado Mayor de la Presidencia de la
República: “Urge saber si Zapata no se ha movido para
esta capital [Puebla], vigilando sus movimientos y dándome aviso; listos
federales de confianza por si se ofrece movilizarlos repentinamente; urge orden
de que entreguen al general [federal] Agustín del Pozo $ 20,000 hoy mismo,
situación seria”.[vi]
En
seguida, Victoriano Huerta inició la ocupación militar de Morelos, con apoyo de
tropas maderistas de Veracruz, Hidalgo, Puebla, Oaxaca y Guerrero. En el primer
contingente de estas fuerzas irregulares, el mando estuvo a cargo de Cándido
Aguilar, quien después será gobernador carrancista de Veracruz, secretario de
Relaciones Exteriores y yerno de Venustiano Carranza. Ambrosio Figueroa fue
designado gobernador y comandante militar de Morelos, por iniciativa de
Francisco Madero. Éste le escribió al cacique: “Espero que su patriotismo
aceptará esa invitación y nos pondrá en su lugar a Zapata, que ya no lo
aguantamos”.[vii]
Victoriano
Huerta hizo la campaña militar “sin consideración alguna” y así lo comunicó a
Francisco León de la Barra. El País
informó que el capitán Girard Sturtevant, agregado militar de la embajada
Estados Unidos, formaba parte del Estado Mayor del general Victoriano Huerta.
Según información oficial, ese capitán enviaba sus informes a la División de
Inteligencia Militar de Estados Unidos.[viii]
A su vez, por aquellos días, David E. Thompson, el embajador saliente de ese
país, visitó al gobernador Ambrosio Figueroa y tuvo “frases cariñosas” para él.
En 1906, Thompson promovió la persecución de los magonistas y la represión a
los mineros de Cananea. También logró que el imperio controlara el agua de
riego del río Colorado, dentro de territorio mexicano.
El 25 de
agosto, Tomás Ruiz de Velasco escribió al presidente de la república, Francisco
León de la Barra: “Ayer regresó [Ambrosio] Figueroa, quebró buen número [de
rebeldes…] Zapata en Jojutla […] ¿habrá modo de eliminarlo?” [ix]
El
presidente provisional trabajaba con ese objetivo. El 31 de agosto, informó a
Huerta: “Telegrafíame Zapata de Ayala, diciéndome que sólo tiene una pequeña
escolta. Comunícolo a usted para que conozca el punto de donde me telegrafía […]
puede usted proceder con libertad de acuerdo con [Ambrosio] Figueroa y [Gabriel]
Hernández”. Huerta se dirigió inmediatamente a Villa de Ayala y atacó la
población durante una hora. Pero Zapata ya no estaba ahí. Entonces informó al
presidente que, inmediatamente, enviaría una columna para apoyar al figueroista
Federico Morales, que estaba combatiendo a Emiliano Zapata, en Chinameca. León
de la Barra le respondió con insistencia, “puede usted proceder con libertad”.[x]
Ahí, en
Chinameca, ocurrió el nuevo intento para asesinar a Zapata. El general insurgente
Próspero García Aguirre relató que, llegando a la hacienda, los rebeldes pidieron
permiso para jugar unos toros; jugaron dos días y el administrador de la
hacienda llamó por teléfono a Cuautla para delatarlos.
“Zapata estaba
comiendo en la casa de Santiago Posada, cuando le llegó el parte de que el
gobierno lo sitiaba. Salió en su caballo y, ya en el obrador, se quedó parado
con quince hombres que lo rodeaban armados. Y el gobierno ya venía,
cuatrocientos hombres armados sobre él. Se apeó del caballo, metió mano al
rifle y empezó a tirar. Montó en el caballo, se revolvió con unos y salió.
Salió con dos y él, tres. Se fue pa’l cerro”.[xi]
Al
terminar su periodo provisional, Francisco León de la Barra dio un informe al
Congreso: “el problema del desarme y dispersión de las fuerzas
revolucionarias”, en Morelos, “fue mayor que en otras partes del país”, porque
los zapatistas “adoptaron una actitud insumisa”. Luego, señaló oposiciones
significativas del pensamiento oligárquico. En un campo, Victoriano Huerta, un
“jefe de prestigio”; en el otro, Emiliano Zapata, “el jefe del movimiento
sedicioso que se hizo popular entre las clases incultas del Estado por
ofrecimientos de repartición de las tierras, sin tener en cuenta los derechos
de propiedad”;[xii] es decir, el “derecho”
de los usurpadores de tierras, montes y aguas, desde la época de Hernán Cortés.
El
general en jefe Emiliano Zapata: “¿Cómo se hizo la conquista de México? Por
medio de las armas. ¿Cómo se apoderaron de las grandes posesiones de tierras los
conquistadores, que es la inmensa propiedad agraria que por más de cuatro
siglos se ha transmitido a diversas propiedades? Por medio de las armas. Pues
por medio de las armas debemos hacer porque vuelvan a sus legítimos dueños,
víctimas de la usurpación”.[xiii]
Villa de Ayala
Las operaciones militares más elaboradas para asesinar a Emiliano
Zapata ocurrieron en Villa de Ayala y en Chinameca, noviembre de 1911 y abril
de 1919. Es decir, durante los gobiernos de Francisco Madero y Venustiano
Carranza. El rasgo distintivo, en ambos casos, fue que lograron fijar a Zapata
en un lugar, por medio del engaño, y lo atacaron con un poder de fuego
considerable.
El 6 de noviembre de 1911, Francisco Madero llegó a la presidencia, después de unas elecciones en que obtuvo menos de 20 mil votos, en un país de 15 millones de habitantes. Ese día comenzó la operación militar contra Zapata. Fuertes contingentes del ejército federal y tropas de Ambrosio Figueroa se concentraron en Cuautla. Al mismo tiempo, arribó el licenciado Gabriel Robles Domínguez, con una misión secreta del gobierno, se dijo.
La primera etapa de la operación, consistió
en hacer creer que Robles Domínguez negociaría un acuerdo con Zapata y que
Ambrosio Figueroa sería removido como gobernador de Morelos. Mientras tanto, las
tropas del gobierno hicieron exploraciones alrededor de Villa de Ayala, donde
se realizaban las conversaciones.
El 13 de noviembre, el cerco militar sobre
Emiliano Zapata ya estaba dispuesto, con artillería pesada y ligera,
ametralladoras y una emboscada a cargo Federico Morales, por si Zapata lograba escapar.
Entonces, Robles Domínguez envió un mensaje
al general en jefe del Ejército Libertador. Le comunicó que estaba sitiado y
que sólo tenía una hora para rendirse al gobierno. Pero el jefe de los
insumisos no se rindió.
Después de las tres de la tarde, en Cuautla, se
escucharon las primeras detonaciones de cañón. Por la noche, se observó el
resplandor rojizo causado por las explosiones la artillería pesada. Una parte
del cerro del Aguacate, donde los zapatistas se agruparon, estaba en llamas.
Ese día, Robles Domínguez declaró a la prensa:
“Madero, viéndose obligado a demostrar que puede reprimir la rebeldía, ha
ordenado que se obre enérgicamente”; “Madero ha determinado tomar enérgicas y
activas medidas para eliminar a Zapata y a sus seguidores”. En esa emboscada
murieron muchos revolucionarios y El País
lo festejó con un encabezado, en primera plana: “Los cadáveres de los
zapatistas fueron un festín para los buitres”.[xiv]
Emiliano Zapata, Otilio Montaño y Eufemio
Zapata, con sus tropas, lograron romper el cerco y se dirigieron a las montañas
del sur. Pocos días después, ahí, el ejército insurgente proclamó el Plan de
Ayala, “para acabar con la tiranía que nos oprime y redimir a la Patria de las
dictaduras que nos imponen”.
Artículo 1° […] “declaramos a susodicho
Francisco I. Madero, inepto para realizar las promesas de la Revolución de que
fue autor, por haber traicionado los principios con los cuales burló la
voluntad del pueblo y pudo escalar el poder; incapaz para gobernar por no tener
ningún respeto a la ley y a la justicia de los pueblos, y traidor a la Patria
por estar a sangre y fuego humillando a los mexicanos que desean libertades, a
fin de complacer a los científicos, hacendados y caciques que nos esclavizan y
desde hoy comenzamos a continuar la revolución principiada por él, hasta conseguir
el derrocamiento de los poderes dictatoriales que existen”.[xv]
A su vez, el gobierno de Madero respondió con
una ley de suspensión de las garantías constitucionales en territorio zapatista
(Morelos, Guerrero y Tlaxcala, así como distritos de Puebla y el estado de
México). Estableció la pena de muerte sin proceso judicial, hasta por tirar
piedras a las vías del tren, a fin de acabar con una sublevación que —dijo— había
tomado la forma de un “comunismo agrario”.[xvi] Con esa ley dio inicio una nueva etapa de la guerra contra la
revolución campesina de México, el ataque masivo contra la población civil.
Santa María Ahuacatitlán, Morelos, 9 de
febrero de 1912. Los zapatistas se atrincheraron en los cerros y en los
tecorrales, ahí resistieron el ataque de la artillería federal. “El tiroteo
había terminado, cuando repentinamente se levantó una densa nube de humo y
luego inmensas llamas”, escribió el reportero Leopoldo Zea. Las fuerzas del
gobierno habían prendido fuego a las casas. Las mujeres, niños y ancianos de la
población salieron de sus hogares lanzando gritos de sufrimiento. En ese
momento, los combatientes zapatistas abandonaron sus trincheras y avanzaron
hacia su pueblo incendiado. En sus rostros “se pintaba la rabia, la
desesperación y la venganza […]. El incendio volvía a los rebeldes ciegos y desesperados.
Mostráronse valientes como nunca bajo nutrida fusilería, sembrando el camino de
cadáveres cuando descendían para llegar al pueblo, buscando sus hogares que
desaparecían”.[xvii] El combate se generalizó en una extensión de dos kilómetros y la
artillería reanudó sus disparos. La ferocidad y la cobardía del gobierno revoloteaban.
Finalmente, los zapatistas lograron retomar el control de Santa María
Ahuacatitlán. A las siete de la noche terminó el ataque. La tropa del gobierno
venteando petróleo y aguardiente regresó a Cuernavaca, desde donde podía observarse
el resplandor de la inmensa hoguera.
Ésa fue la primera acción militar del
gobierno maderista en contra de la población civil. La estrategia militar genocida
será continuada por el usurpador Victoriano Huerta y, sobre todo, con fuerte
apoyo militar de Estados Unidos, por el gobierno de Venustiano Carranza.
Chinameca
El general Pablo González expresó abiertamente el racismo de la guerra
carrancista de exterminio: Emiliano Zapata “tenía que caer por el ineludible
imperio de la ley biológica que condena a los seres inferiores y deformes, y
que hará siempre triunfar a la civilización sobre la barbarie, a la cultura
sobre el salvajismo, a la humanidad sobre la bestialidad”. Para el jefe de la
guerra genocida en el sur, Zapata fue “la encarnación de la más estúpida
barbarie”, tuvo una “vida miserable y vulgar, y por su cretinismo congénito,
por su absoluta inferioridad mental […] fue simplemente un bandolero, un
criminal, un azote maldito de su propia tierra natal”.[xviii]
Ese
manifiesto carrancista —dirigido al pueblo de Morelos y suscrito en Cuautla, el
16 de abril de 1919— tuvo otro ingrediente discursivo. Pablo González designó
reiteradamente a Zapata como “caudillo”, cinco veces en tres páginas. En vida,
nadie llamó “caudillo” a Emiliano Zapata, ni sus compañeros ni sus enemigos.
Ahí, en ese manifiesto racista, está el origen de la denominación “caudillo”.
El propósito contrarrevolucionario de tal estrategia discursiva fue señalado en
el mismo documento: “Desaparecido Zapata, el zapatismo ha muerto”.
En el
mismo documento, se pueden apreciar cuestiones estratégicas de la operación
militar. La jefatura carrancista consideró la dificultad que representaba el
método guerrillero de los insurrectos, aunque no dijo lo principal que es el
apoyo del pueblo: eludían el combate regular, operaban en movimiento continuo, con
información de calidad y conocimiento del terreno. Emiliano Zapata, “siempre
desconfiado y siempre alerta”, era “invisible e inalcanzable”. Por eso había logrado
sobrevivir a las operaciones previas para asesinarlo.
Entonces,
indica ese manifiesto, era indispensable realizar una “labor especial” contra
Zapata, basada en el engaño y la sorpresa, para “acorralarlo como una fiera”.
En consecuencia, Pablo González resolvió “aprovechar la oportunidad” que
“ofrecía el mismo cabecilla, para asestarle un golpe mortal”.
En
efecto, hubo una grieta en la política rebelde. En noviembre de 1916, poco
antes de triunfar sobre la primera invasión carrancista en Morelos, la jefatura
del Ejército Libertador estableció un órgano consultivo del Cuartel General,
cuya misión fue propagar los principios de la revolución y procurar la
unificación de los revolucionarios del país. Meses después, comenzaron los
enfrentamientos y sublevaciones dentro del ejército carrancista. El 12 de mayo
de 1917, Emiliano Zapata entregó a Gildardo Magaña la tarea de acercarse a esos
grupos, “toda vez que usted, desde el principio, ha llevado la conducción de
este asunto”.[xix]
Magaña
privilegió el objetivo de lograr un arreglo, precisamente, con Pablo González y
con esto abrió la grieta que utilizará el asesino, en 1919. Tres meses antes de
la emboscada de Chinameca, Pablo González intentó una operación de exterminio
mayor. Indicó a Magaña que él estaba dispuesto a tratar todo lo relativo a la
unificación con el zapatismo: engaño. Que, mientras se verificaban las
conferencias, “todos los grupos revolucionarios” podían concentrarse en algún lugar
de Morelos, donde tendrían “toda clase de garantías”: trampa mortal que no se
realizó.[xx]
En esas
condiciones, la necesidad de aprovechar la grieta era imperiosa para el
gobierno y sobrevino la operación especial que logró asesinar a Emiliano
Zapata. La operación final tuvo una secuencia específica de engaños: a) filtrar
información falsa acerca de un supuesto conflicto entre Pablo González y Jesús
Guajardo; b) establecer una relación constante de Guajardo con Zapata, por
correspondencia; c) simular un ataque de Guajardo a la guarnición carrancista
en Jonacatepec; d) prometer tropa, municiones, víveres e información militar;
d) finalmente, el elemento decisivo del engaño ocurrió el 9 de abril, cuando
Guajardo fusiló a 59 soldados de de Victorino Bárcenas, ex zapatista, integrante
del regimiento al mando del propio Guajardo.
Emiliano
Zapata, por su parte, adoptó contramedidas: desde el 2 de abril, colocó al
coronel Feliciano Palacios —zapatista de Villa de Ayala— dentro del cuartel de
Guajardo y exigió el castigo inmediato de Victorino Bárcenas. La primera medida
falló porque se hizo con el conocimiento de Guajardo y éste pudo ocultar su verdadero
propósito. La segunda se derrumbó con el fusilamiento de los 59 soldados. Eso
fue decisivo y el general en jefe del Ejército Libertador quedó expuesto por
completo.
Un día
después, las tropas del 50° regimiento y una fracción del 66° regimiento
carrancista ejecutaron la emboscada en Chinameca. Los soldados de Guajardo,
preparados en las alturas, en el llano, en la barranca, en todas partes, cerca
de mil, descargaron sus fusiles. La sorpresa fue terrible. Nuestro inolvidable
general Zapata cayó para no levantarse más, escribió ese día el mayor Salvador
Reyes Avilés.[xxi]
Venustiano
Carranza premió a Guajardo con 50 mil pesos y su ascenso al grado de general.
* * *
¿Y no decidieron licenciarse?
Pues, yo por mi
parte no, señorita. Pero, mis compañeros sí se licenciaron.
Y usted, ¿por qué no se licenció, si ya la mayoría había dejado las
armas?
Pues, porque yo
dije que nunca me iba a rendir. Que mejor aventaba las carabinas. Pero ser
rendido, nunca.
¿Qué pensaba usted hacer?
Pues nada [llora].
Es triste de que esté uno con… Agarra uno a Emiliano Zapata… se voltea uno
solito… Pues mejor muerto, que ser rendido.
Mayor de caballería Félix Vázquez Jiménez,
San Juan Ixtayopan, Tláhuac, Ejército Libertador.[xxii]
Aunque humildes,
pero honrados. Esa bandera llevamos y es con esa bandera, le digo a mis hijos,
con esa bandera acabamos, porque es lo mejor.
Teniente coronel de caballería Simón Román Alcalá,
Juchitepec, estado de México, Ejército Libertador.[xxiii]
[i] Carta
de Emiliano Zapata a Fausto Beltrán, El
País, México, 10 de mayo de 1911.
[ii] El
embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson, al secretario de Estado, Philander
C. Knox, México, 23 de febrero de 1913. Foreign Relations of the United States,
812.00/6322.
[iii]
Conversación citada por Gildardo Magaña, en Emiliano
Zapata y el agrarismo en México, INEHRM, México, 1985, t. I, pp. 160-161.
[iv]
Testimonio escrito del doctor Guillermo Gaona Salazar y el ingeniero Gustavo
Gaona, en Francisco Vázquez Gómez, Memorias
políticas (1909-1913), Universidad Iberoamericana-El Caballito, México,
1982, p. 326.
[v]
Idem.
[vi] Telegrama
de Francisco Vázquez Gómez al ministro de Gobernación, copiado en papel membretado
del jefe del Estado Mayor de la Presidencia de la República, Puebla, 15 de
julio de 1911. Fondo Gildardo Magaña (FGM) 27, 1, 180 (clasificación antigua).
[vii] Francisco
Madero a Ambrosio Figueroa, México, D. F., 9 de agosto de 1911, en Gildardo
Magaña, op. cit., p. 265.
[viii]
Véase René de la Pedraja, Wars of Latin
America, 1899-1941, McFarland ed., Londres, 2006, p. 450.
[ix]
Tomás Ruiz de Velasco a Francisco León de la Barra, México, 25 de agosto de
1911, FGM, 1, 3R, 480.
[x] Telegramas
entre el presidente provisional Francisco León de la Barra y el general
Victoriano Huerta, México, 31 de agosto y 1° de septiembre de 1911. En el informe
de Victoriano Huerta a la Secretaría de Guerra y Marina (documentos), El País, 5 y 6 de noviembre de 1911.
[xi]
General Próspero García Aguirre, Ejército Libertador. Entrevista realizada por
Laura Espejel y Salvador Rueda en Tlatenchi, municipio de Jojutla, Morelos, el
16 de agosto de 1975. Proyecto de Historia Oral, INAH.
[xii]
Informe del presidente provisional Francisco León de la Barra al Congreso, El País, 5 de noviembre de 1911.
[xiii]
Carta del general Emiliano Zapata a Gildardo Magaña, Campamento Revolucionario,
octubre de 1913, Fondo Genovevo de la O 17, 2, 34.
[xiv]
Declaraciones de Gabriel Robles Domínguez a la prensa, Cuautla, Morelos, 13 de
noviembre. El Imparcial y The Mexican Herald, México, 14 de
noviembre de 1911. Nota de El País,
16 de noviembre de 1911.
[xv] Plan
de Ayala, 25 de noviembre de 1911, en Emiliano
Zapata. Antología, Laura Espejel, Alicia Olivera y Salvador Rueda, INEHRM,
México, 1988, p. 114.
[xvi]
Ley de suspensión de las garantías constitucionales, Nueva Era, México, 11 y 12 de enero de 1912.
[xvii]
“Entre un mar de llamas se batieron en Santa María”, Leopoldo Zea, corresponsal
viajero, El Imparcial, 10 de febrero
de 1912.
[xviii] Manifiesto del general Pablo González a los habitantes de Morelos,
Cuautla, 16 de abril de 1919. Archivo del General Manuel Willars González, jefe del Estado Mayor de Pablo
González, CEHM, LXVIII-1, 2896, 21, 1.
[xix] Emiliano
Zapata a Gildardo Magaña, Tlaltizapán, 12 de mayo de 1917. Fondo Emiliano Zapata
13, 14, 1.
[xx]
Carta del coronel carrancista Eduardo Reyes (mensajero de Pablo González) a
Gildardo Magaña, Atlixco, Puebla, 10 de enero de 1919. FGM 30, 24, 423.
[xxi] Mayor
Salvador Reyes Avilés a Gildardo Magaña, Ejército Libertador. Campamento
revolucionario en Sauces, Morelos,10 de abril de 1919. FGM 30, 36, 580.
[xxii]
Mayor de caballería Félix Vázquez Jiménez, Ejército Libertador. Entrevista
realizada por Laura Espejel en San Juan Ixtayopan, Tláhuac, Distrito Federal,
el 10 de agosto de 1973. PHO, INAH.
[xxiii] Teniente coronel de caballería Simón Román Alcalá, Ejército
Libertador. Entrevista realizada por Alicia Olivera de Bonfil en Juchitepec,
estado de México, el 13 de octubre de 1974. PHO, INAH.
* Profesor investigador de la Escuela Nacional de
Antropología e Historia, autor de La
irrupción zapatista, 1911; La
revolución del sur, 1912-1914; Ejército
Libertador, 1915 y La guerra
zapatista, 1916-1919, Ediciones Era.