Descenderá al sepulcro vuestra soberbia. Y
echados seréis de él como troncos abominables,
vestidos de muertos pasados a cuchillo,
que descendieron al fondo de la sepultura.
Y no seréis contados con ellos en la sepultura:
porque destruisteis vuestra tierra, y arrasasteis
vuestro pueblo. No será nombrada para siempre
la simiente de los malignos.
Libro del profeta Isaías
Ardiente, amado, hambriento, desolado,
bello como la dura, la sagrada blasfemia;
país de oro y limosna, país y paraíso,
país-infierno, país de policías.
Largo río de llanto, ancha mar dolorosa,
república de ángeles, patria perdida.
País mío, nuestro, de todos y de nadie.
Adoro tu miseria de templo demolido
y la montaña de silencio que te mata.
Veo correr noches, morir los días,
agonizar las tardes.
Morirse todo de terror y de angustia.
Porque ha vuelto a correr la sangre de los buenos
y las cárceles y las prisiones militares son para ellos.
Porque la sombra de los malignos es espesa y amarga
y hay miedo en los ojos y nadie habla y nadie escribe
y nadie quiere saber nada de nada,
porque el plomo de la mentira cae, hirviendo,
sobre el cuerpo del pueblo perseguido.
Porque hay engaño y miseria y el territorio
es un áspero edén de muerte cuartelaria.
Porque al granadero lo visten de azul de funeraria
y lo arrojan lleno de asco y alcohol contra el maestro,
el petrolero, el ferroviario,
y así mutilan la esperanza y le cortan el corazón y la palabra al hombre
— y la voz oficial, agria de hipocresía,
proclama que primero es el orden
y la sucia consigna la repiten los micos de la Prensa,
los perros voz-de-su-amo de la televisión,
el asno en su curul, el león y el rotario,
las secretarias y ujieres del Procurador
y el poeta callado en su muro de adobe,
mientras la dulce patria temblorosa cae vencida en la calle y en la fábrica.
Éste es el panorama: Botas, culatas, bayonetas, gases…
¡Viva la libertad!
Buenavista, Nonoalco, Pantaco, Veracruz…
todo el país amortajado, todo,
todo el país envilecido, todo eso,
hermanos míos, ¿no vale mil millones de dólares en préstamo?
¡Gracias, Becerro de Oro! ¡Gracias, FBI! ¡Gracias, mil gracias,
Dear Mister President! Gracias, honorables banqueros,
honestos industriales, generosos monopolistas,
dulces especuladores; gracias, laboriosos latifundistas,
mil veces gracias, gloriosos vendepatrias,
gracias, gente de orden.
Demos gracias a todos y rompamos con un coro solemne de gracia y gratitud
el silencio espectral que todo lo mancilla.
¡Oh país mexicano, país mío y de nadie!
Pobre país de pobres. Pobre país de ricos.
¡Siempre más y más pobres!
¡Siempre menos, es cierto, pero siempre más ricos!
Amoroso, anhelado, miserable, opulento,
país que no contesta, país de duelo.
Un niño que interroga parece un niño muerto.
Luego la madre pregunta por su hijo
y la respuesta es un mandato de aprehensión.
En los periódicos vemos bellas fotografías de mujeres apaleadas
y hombres nacidos en México que sangran
y su sangre es la sangre de nuestra maldita conciencia
y de nuestra cobardía.
Y no hay respuesta nunca para nadie
porque todo se ha hundido en un dorado mar de dólares
y la patria deja de serlo y la gente sueña en conjuras y conspiraciones
y la verdad es un sepulcro. La verdad la detentan los secuestradores,
la verdad es el fantasma podrido de MacCarthy
y la jauría de turbios, torpes y mariguanos inquisidores de huaraches;
la verdad está en los asquerosos hocicos de los cazadores de brujas.
¡La grande y pura verdad patria la poseen,
oh país, país mío, los esbirros, los soldadones, los delatores y los espías!
No, no, no. La verdad no es la dulce espiga
sino el nauseabundo coctel de barras y de estrellas.
La verdad, entonces, es una democracia nazi en la que todo sufre,
suda y se avergüenza.
Porque mañana, hoy mismo,
el padre denunciará al hijo y el hijo denunciará a su padre y a sus hermanos.
Porque pensar que algo no es cierto
o que un boletín del gobierno puede ser falso
querrá decir que uno es comunista
y entonces vendrán las botas de la Gestapo criolla,
vendrán los gases, los insultos, las vejaciones
y las calumnias y todos dejaremos de ser menos que polvo,
mucho menos que aire o que ceniza,
porque todos habremos descendido al fondo de la nada,
muertos sin ataúd, soñando el sueño inmenso de una patria sin crímenes,
y arderemos, impíos y despiadados,
tal vez rodeados de banderas y laureles,
tal vez, lo más seguro, bajo la negra niebla de las más negras maldiciones…
Efraín Huerta
4 de abril de 1959