El imperialismo en el mundo.

Tensión por despliegue militar contra Venezuela

Va imperialismo por petróleo y recursos

La narrativa de la lucha contra los cárteles de la droga ha sido la narrativa de Estados Unidos para justificar su intromisión en asuntos internos en los países de América Latina, pero la amenaza constante de una intervención militar tiene como objetivo el saqueo de recursos naturales y la ampliación del control geopolítico.

Hoy la punta de lanza de ésta agresión es Venezuela, donde el imperio aumentó de 25 a 50 millones de dólares la recompensa por la cabeza de Nicolás Maduro, acusado de “operar un Estado narcoterrorista” y de colaborar con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) para enviar cantidades récord de cocaína hacia Estados Unidos a través del Tren de Aragua y el Cártel de Sinaloa en México.

La prensa ocultó que durante el despliegue de tres destructores navales norteamericanos con 4 mil militares frente a las costas venezolanas, el gobierno de Nicolás Maduro neutralizó varios atentados terroristas, detuvo a 15 personas y decomisó arsenales de armas y explosivos con fines desestabilizadores. El ministro de Interior y Justicia de Venezuela, Diosdado Cabello, vinculó este plan con la líder opositora María Corina Machado y Edmundo González, miembros de la extrema derecha golpista financiada por el imperialismo y actores de las pasadas elecciones, que alegan fraudulentas.

Durante su gestión anterior, Donald Trump dijo con todo el cinismo del mundo, que “al dejar la Presidencia, Venezuela estaba lista para colapsar. Nos habríamos apoderado de ella, hubiéramos tomado todo el petróleo. Pero ahora compramos petróleo a Venezuela, entonces estamos haciendo a un dictador muy rico, ¿pueden creerlo?”. En su versión 2.0, Trump cambió la retórica contra Maduro al pasar de llamarlo “dictador” a “líder narcoterrorista”, lo cual marca un rumbo diferente de la estrategia imperialista para justificar una intervencióm en aras de la “seguridad nacional”.

Venezuela está bajo la mirada imperial no sólo por su petróleo, sino también por su riqueza biológica, recursos naturales y minerales, entre los cuales está la bauxita, diamantes, oro, hierro, cobre, caolín, dolomita y coltán, éste último conocido como el ‘oro negro’ de la industria tecnológica por su utilidad en la fabricación de tabletas, teléfonos inteligentes, computadoras, microprocesadores y chips, televisores, cámaras e industria automotriz y aeroespacial.

Los depredadores imperialistas tienen nombre y rostro: las petroleras Exxon Mobil, Standard Oil of New Jersey y Chevron, la familia Rockefeller y Elhon Musk, éste último considerado el hombre con mayor fortuna en el mundo, con un patrimonio de 241 mil 100 millones de dólares en empresas relacionadas con la industria aeroespacial, automotriz, de electrónica y dueño de la red social Twitter, que encabeza una de las campañas más feroces contra el estado bolivariano.

Ante la amenaza de intervención militar, Venezuela respondió con la movilización de contingentes organizados por sectores: obreros, jóvenes, estudiantes, mujeres, comunas, movimientos sociales, comunicadores, ministros, diputados, gobernadores, alcaldes y hasta magistrados del Tribunal Supremo de Justicia se registraron como combatientes.

Por otra parte, no podemos ignorar la corrupción del Estado venezolano y la intención de perpetuidad del grupo en el poder a nombre del pueblo (antes Hugo Chávez y hoy Nicolás Maduro), pero sostenemos que esto no justifica el intervencionismo ni las intentonas golpistas de Estados Unidos, porque el pueblo bolivariano tiene derecho a decidir su propio destino.

Rusia y EU: Los imperios se alinean

Tras la fallida amenaza de Trump con el despliegue de dos submarinos y la aplicación de aranceles contra Rusia si no llegaba a un acuerdo de paz con Ucrania, las dos potencias entendieron que era mejor aliarse para someter a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) y a los países de la Unión Europea (UE). En palabras sabias del pueblo, “perro no come perro”, por eso se entienden tan bien.

Académicos y analistas destacan que los imperios imponen jerarquías de subordinación, son poder centralizado que obliga a los bordes a renunciar a derechos y privilegios. Recordemos las palabras de Trump al devaluado presidente ucraniano Zelensky: “No estás en una buena posición, no tienes las cartas”.

Por su parte, Putin es la contracara del esperpento de la Casa Blanca, la versión rusa del impulso mesiánico. En varias ocasiones, el presidente se comparó con Pedro el Grande, primer emperador ruso, y con frecuencia promueve ideas de un imperialismo que busca apropiarse de Ucrania y otros países vecinos para engrandecer a Rusia. Igual que MAGA (Make America Great Again), y el expansionismo de Trump.

La negociación entre los dos imperios obliga a Ucrania a comprar armas a Estados Unidos por un valor de 100 mil millones de dólares con financiamiento de Europa, para dar garantías de seguridad a Washington en caso de un eventual acuerdo de paz con Rusia. Ucrania y Estados Unidos también llegaron a un “acuerdo” para la producción conjunta de drones por valor de 50 mil millones de dólares.

Muchos temen que se repita la historia de 1945, cuando las superpotencias se repartieron Europa después de la derrota de la Alemania nazi. “Entre 1792 y 1795, Polonia fue dividida tres veces por las grandes potencias del día: Austria, Prusia y Rusia”, recordó Amitav Acharya, autor del libro “El Orden Mundial Pasado y Futuro”.

La guerra interna

Una estrategia que nos recuerda a la serpiente que se muerde la cola, es la guerra de la oligarquía imperial contra el pueblo migrante y estadounidense, sin importar estatus legal. Es lucha de clases con fuerte carga racial, una guerra interna para acelerar la concentración de la riqueza en pocas manos.

La desigualdad social en Estados Unidos está en su nivel más alto desde 1976 y la segunda administración de Donald Trump la agudiza no sólo mediante la “Gran y Hermosa Ley” y el recorte a programas sociales, sino también con su política arancelaria, que aumenta los precios de productos de primera necesidad, con afectación directa para los más pobres.

A la amenaza de hambre por inflación y carestía, el Estado agrega represión, persecución y miedo mediante redadas contra migrantes. La Orden Ejecutiva firmada por el mandatario declaró una “emergencia pública” y colocó a los 3 mil 400 integrantes de la policía metropolitana bajo control de la Guardia Nacional y al mando de la agencia antidrogas (DEA).

Según registros del ICE, más de 60 mil personas están retenidas en centros de detención de inmigrantes en Estados Unidos; 20 centros son operados por empresas privadas, como Geo Group y CoreCivic. Pero el caso más degradante es la prisión de Caimanes en Florida, a la que una jueza ordenó desmantelar.

Detrás de ésta cacería, detención y deportación de migrantes está el proyecto del gran capital para aumentar la tasa de plusvalía al obligar a los trabajadores nativos (por privación e inseguridad) a tomar los empleos dejados por los trabajadores deportados en condiciones de sobreexplotación, como condición para mantener la atención médica y asistencia alimentaria.

En condiciones actuales de desarrollo tecnológico, las industrias digitales: comercio electrónico, Inteligencia Artificial, servicios en la nube, vehículos autónomos, ciberseguridad, robótica, biotecnología y otras, tienen interés en un aumento de la plusvalía relativa sobre la absoluta. De ahí que existen millones de trabajadores sobrantes para el capital que deben ser desechados.

El analista William Robinson sostiene que “a medida que la masa de mano de obra excedente se expande, también lo hace la masa de capital excedente. Desigualdades globales sin precedentes agravan la crisis de sobreacumulación. Los mercados globales no pueden absorber la producción de la economía global. Los Estados deben gestionar crisis de legitimidad en espiral a medida que el tejido social se desintegra. Una crisis económica de la escala de la de 2008 o superior es prácticamente inevitable”.

“El Estado fascista debe contener la rebelión masiva mediante el ataque a los derechos civiles y políticos y la difusión del miedo para impedir el desarrollo de sujetos revolucionarios. Incitar el nativismo y el nacionalismo y criminalizar a migrantes y refugiados es sólo una táctica para confundir, dividir y desorganizar a las clases trabajadoras”, sostiene Robinson.

LUCHAS Y RESISTENCIAS:

Sabemos que sólo la lucha organizada del pueblo podrá detener a un sistema que trata como animales a los migrantes y genera pobreza, represión y desprecio por la vida. Así lo han entendido miles de personas que resisten los embates del neofascismo en Estados Unidos. En más de 400 ciudades hay muestras de rechazo a las políticas de Trump, mediante grandes y pequeñas manifestaciones y actos de protesta no violentos convocados por la red 50501.

En pueblos y ciudades en California, Oregon, Colorado, Oklahoma, Wisconsin, Iowa y Kansas a Tenesí, Georgia, Nuevo Hampshire o Florida, los organizadores registraron 463 actos de protesta en todo el país, en las cuales se denunciaron las medidas antimigrantes, los recortes a programas de asistencia social, las políticas contra el medio ambiente y la complicidad del gobierno estadunidense con el régimen israelí en el genocidio en Gaza.

Bajo la narrativa del odio y el desprecio racial, el imperialismo alienta crímenes como el de la balacera que dejó 23 muertos y decenas de heridos en una tienda Walmart de El Paso, Texas, el 3 de agosto de 2019.

 “Hoy en día, la retórica odiosa, supremacista blanca y xenófoba que condujo a este horrible ataque sigue estando alarmantemente presente. Seis años después, nos reunimos para recordar, llorar y resistir. No podemos olvidar las condiciones que hicieron esto posible, y no podemos permitir que continúen”, dijo un activista durante el evento organizado para recordar la tragedia.

A 80 años del horror nuclear.

Finalmente, es imposible olvidar el horror de las bombas nucleares lanzadas hace 80 años (6 de agosto de 1945) por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagashaki, en Japón.  En total, se estima que 214 mil personas (con nombre y rostro) murieron de manera inmediata, fueron pulverizadas o carbonizadas por las explosiones en ambas ciudades. En las décadas siguientes, miles de personas fallecieron por leucemia y cáncer y miles de niños nacieron con malformaciones por efectos de la radiación, lo que eleva el número de víctimas a más de 600 mil.

El sistema criminal que provocó el horror nuclear sigue presente como una amenaza real para los pueblos del mundo, pero con una capacidad mucho más destructiva que hace 80 años. Son los mismos genocidas que patrocinan la masacre, el hambre y el exterminio racial en Palestina, Africa, Libia y otras partes del mundo.

Frente a esto, sabemos que no basta con recordar y condenar los hechos. Es necesario organizar las resistencias y luchas del pueblo en todos los niveles y formas posibles contra el capital, depredador y enemigo de la humanidad. Esa es la tarea histórica que nos convoca a unir voluntades y capacidades.