Religión y lucha por la liberación nacional y el socialismo

 (“Tesis política” de las FLN de principios de los años 80’s)

Una aclaración necesaria:

“Quien no conoce la historia de su patria, es un extranjero en su propia Patria”; el apotegma iniciaba el libro de texto de historia Patria en las escuelas de México en la segunda mitad del Siglo XX. Éramos el fruto de la larga lucha revolucionaria de México. Teníamos historia, himno y bandera. Poco a poco, se fueron excluyendo los cursos de historia de la educación básica. Pero nosotros no olvidamos. Las “Tesis Políticas” escritas por las FLN a principio de los años 80’s del siglo pasado nos muestran que el deber de estudiar y llevar salud física y mental a nuestro pueblo ha sido una constante en sus esfuerzos emancipatorios. La creación de escuelas y hospitales no son preocupación exclusiva del ahora: ante la carencia evidente de las mismas, el que lo hiciera una organización ‘política y militar’ en forma clandestina, sin usar las armas aún siendo perseguida, forma parte de ésta historia Patria.

Hoy presentamos la “Tesis política sobre la Religión”, escrita por las FLN para uso público, no clandestino. En ella no se habla de las FLN, pero sí de la necesidad de avanzar en las relaciones entre militantes revolucionarios y religiosos honestos. Con la próxima visita del Papa Francisco a México, consideramos pertinente expresar nuestro punto de vista histórico sobre las religiones. Además, consideramos importante seguir participando en la construcción de la “ciencia de la historia”, a partir de documentos fidedignos que han sido crisol en la concreción de los esfuerzos y luchas de nuestro pueblo por su liberación; de poco sirve hoy, para este propósito y a nuestros ojos, rebobinar la mitología, mistificar procesos o hacer de la historia, cuento.

Son estas tesis políticas serias, escritas con el debido respeto a quien las lee, las que hicieron que la “Cra. Bárbara” decidiera participar activamente en la lucha por la liberación de su pueblo y de su Fe. La Compañera Bárbara era oriunda de Santa Bárbara, Chihuahua, miembra de una congregación religiosa francesa adscrita a la diócesis de San Cristóbal de las Casas, y militante comprometida de las Fuerzas de Liberación Nacional desde principios de los años ochentas, y después de ella muchas otras y otros siguieron su ejemplo. Sean ustedes testigas de la historia y, como hizo ella, elija ahora o “calle para siempre”.


 

RELIGION Y LUCHA
POR LA LIBERACION
NACIONAL Y EL
SOCIALISMO.

La unidad de esta lucha verdaderamente revolucionaria de la clase oprimida por la creación de un paraíso en la tierra es más importante para nosotros que la unidad de opinión del proletariado acerca del paraíso celestial”.

V.I. Lenin, 3 de diciembre de 1905.

Camilo Torres, 6 de agosto de 1965.

Introducción

La religión no juega ni jugará un papel unívoco en nuestra guerra revolucionaria. Entre los eslabones de la cadena que tiene atado a nuestro pueblo están los del conformismo, la pasividad, el individualismo y el divisionismo, fomentados por las instituciones religiosas abierta o solapadamente aliadas al imperialismo, o incluso directamente patrocinadas por él.

En la medida en que aumenten las contradicciones económicas se intensificarán los esfuerzos mediatizadores de esas iglesias reaccionarias, que se harán aún más reaccionarias y anticomunistas. En esa misma medida aumentará la necesidad de los creyentes y religiosos honestos, de liberarse de la opresión imperialista, liberando con ello su fe, la que está siendo manipulada por la burguesía para mantener sus privilegios. Conforme se vaya profundizando la crisis del imperialismo, los religiosos y creyentes honestos serán perseguidos, torturados y asesinados, por lo que verán cada día más claramente que la revolución es su única alternativa de liberación religiosa.

La religión es, pues, un elemento importante –diríamos incluso que a veces fundamental- en la lucha de clases, ya no sólo como instrumento de dominación sino de liberación, entendida ésta no como hecho individual, sino nacional y de clase.

Por ello se hace necesario analizar a la religión como parte de la lucha de clases, para delimitar al enemigo y para dotar a los revolucionarios –religiosos o no- con armas para la lucha ideológica. Como veremos, la discusión no pasa por el cuestionamiento de la existencia de Dios, sino por la necesidad de establecer si existen o no contradicciones de fondo entre la fe y la militancia revolucionaria, porque de no existir, se hace imperiosa la tarea de lograr una unidad estratégica de las fuerzas –religiosas o no- comprometidas con la lucha por la toma del poder por el pueblo.

Nuestro análisis parte del papel que ha desempeñado la religión en la lucha de clases en México a través de la historia, plantea los avances del pensamiento cristiano derivados de la revolución latinoamericana, reseña algunos puntos relevantes de la discusión entre marxistas y cristianos, y señala la vinculación de los religiosos y creyentes avanzados con la lucha armada por la liberación nacional y el socialismo como una cuestión práctica e inmediata.

1.Esbozo histórico

Las religiones prehispánicas fueron prácticamente arrasadas por la conquista y sus remanentes carecen actualmente de relevancia. Tampoco tienen importancia desde la perspectiva histórica que nos ocupa, aquellas religiones no cristianas que llegaron al país con pequeños núcleos de inmigrantes. Por ello nos referiremos solamente a las religiones cristianas, entre las que obviamente destaca el catolicismo.

Si afirmamos que las iglesias cristianas se han aliado y han formado parte de las clases dominantes a través de la historia, no somos novedosos. Tampoco tenemos la intención de satanizarlas como enemigas del pueblo, sino más bien la de establecer el punto de partida de la evolución que han seguido los cristianos para llegar –necesariamente- a la opción revolucionaria.

Desde luego que el móvil principal de los conquistadores españoles no fue el de imponer su religión sino el lucro, de tal manera que la iglesia se constituyó de inmediato en un mecanismo de enriquecimiento. Este se logró como siempre se logra, a través de la violencia: La economía mercantil se implantó empezando por la conquista, siguiendo con el despojo y acabando con la explotación. A esta violencia se ligó la imposición religiosa del vencedor, al grado de que los primeros franciscanos ya decían que donde no hay plata, no entra la religión.

El clero contribuyó a la economía colonial concentrando a la población indígena, amaestrándola y organizándola en unidades productivas. Ya antes de finalizar el siglo XVI, la iglesia adquirió grandes extensiones de tierra utilizando para ello, además de las habilidades mundanas de los clérigos, los métodos nada piadosos de la inquisición. Mas no todos los sectores de la iglesia se identificaron con la clase dominante.

La sed de riquezas de los conquistadores fue calmada con las encomiendas, que pronto se mostraron ineficaces para desarrollar la economía colonial, porque no habían suficientes trabajadores debido a la matanza de indígenas. Se buscó entonces racionalizar el reclutamiento y la distribución de la mano de obra a través de los repartimientos, que conllevaban la excesiva explotación y maltrato de los trabajadores. Estas prácticas de trabajo forzado coexistieron con el intento de generalizar el trabajo asalariado, necesario para el desarrollo de la economía mercantil.

En este contexto contradictorio del desarrollo del trabajo asalariado, la escasa oferta de brazos, el genocidio y la explotación excesiva, y la servidumbre que ataba a los trabajadores, lucharon los frailes avanzados como Las Casas, Quiroga o Zumárraga, para proteger a los indígenas de la voracidad española. En su lucha tuvieron que enfrentar a su propia iglesia, empeñada también en exprimir al pueblo.

La economía colonial se consolidó, quedando la iglesia como uno de sus puntales. Cuando más fuerte se veía comenzó a resquebrajarse por sus contradicciones económicas: La pugna entre la servidumbre y el trabajo libre, entre los gremios y los obrajes, entre la encomienda y la hacienda, entre el campo y las ciudades, entre metrópoli y colonia, entre las clases privilegiadas y las masas desposeídas, entre los valores arcaicos y una economía mercantil en crecimiento, se fueron acentuando y haciendo más agudas.

Frente a los españoles ricos estaban los criollos, que anhelaban su emancipación ya que –como agricultores o empleados modestos que eran- veían crecer sus deudas, mientras que crecían también las fortunas de los peninsulares. Entre tanto, el grueso del pueblo –indios, negros y castas- se debatían en la miseria y el desempleo. La resquebrajada estructura colonial no resistía el embate del capitalismo mundial.

Una vez más, como en los albores de la colonia, surgieron a principios del siglo XIX, del seno de la iglesia, los defensores de la causa popular. En esta ocasión habrían de guiar al pueblo por el camino de la revolución para conseguir nuestra primera independencia. El cura Hidalgo abolió el tributo, liberó a los esclavos y confiscó la riqueza de los españoles. Llevó a cabo, pues, un programa popular. Entretanto, el alto clero excomulgaba y restablecía la inquisición, argumentaba que la doctrina cristiana exigía la obediencia al rey y bendecía –un poco más tarde- al ridículo imperio de Iturbide.

Pero la iglesia de los años 20 no pudo apropiarse del movimiento obrero controlado por Luis N. Morones. Así que volvió sus ojos codiciosos de poder al campo, donde habían campesinos pobres e inconformes con la persecución religiosa de los gobiernos de Carranza y Obregón y con sus miserables condiciones de existencia, a las que la reforma agraria no había llegado a poner remedio.

La iglesia de los años 20 cerró filas en su pugna por el poder contra el gobierno encabezado por Calles. Dejó de prestar servicios religiosos y orilló a los campesinos a la rebelión armada en 1926. Para el año siguiente la iglesia ya había entrado en componendas tanto con el gobierno mexicano como con el norteamericano (interesado en la estabilización del país para poder extraer mejor sus riquezas), así que dio una vez más la espalda al pueblo –esta vez armado por ella- para rescatar su cuota de poder al lado de los opresores.

Derrotado el movimiento cristero, la iglesia, esa iglesia defensora de sus privilegios de la que estamos hablando, optó por no seguir enfrentando a otras fracciones de la clase dominante. No tanto porque hubiera renunciado a la recuperación de sus privilegios perdidos, sino porque durante aquellas décadas de los años veinte y treinta hubo un flujo revolucionario en el mundo que le mostró a su verdadero enemigo: los pobres, el pueblo trabajador del campo y de la ciudad.

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En este contexto, la iglesia católica se despliega nuevamente, tal y como lo hiciera hace 130 años, pues la burguesía debe hacer uso ahora de todos sus recursos para mediatizar las luchas populares. Viene la más alta autoridad vaticana pasando por encima de todos los preceptos constitucionales, a predicar conformismo y anticomunismo, a hablar de una “justicia” donde deben coexistir explotadores y explotados y a tratar de restablecer la política de desmovilización obrera que ya había promovido sin éxito 58 años antes.

La visita papal de 1979 no sólo mostró la posición reaccionaria del clero tradicional, sino el profundo arraigo cristiano de nuestro pueblo, el que se volcó espontáneamente a las calles, sorprendiendo incluso a la oligarquía que orquestara una campaña publicitaria sin precedentes para preparar la visita.

Hoy día, las más altas autoridades eclesiásticas del país se pronuncian casi a diario a favor del gobierno, llamando al pueblo a mantener la calma ante la creciente miseria producto de la crisis, condenan por todos los medios a su disposición el compromiso que han adquirido los religiosos y creyentes más avanzados con las luchas populares, y favorecen abiertamente la escalada represiva del Estado, apoyando iniciativas como la de instaurar la pena de muerte.

En cuanto a las otras iglesias de denominación cristiana, irrumpieron tardíamente en nuestra historia, porque la reforma religiosa del siglo XVI nos llegó, como ya señalábamos, no con el protestantismo sino con las contrarreforma. Las iglesias protestantes vinieron por dos caminos diferentes a México: Junto a los inmigrantes europeos del siglo pasado una vez expulsados los españoles, y como parte del proyecto neo-colonial del imperialismo norteamericano.

3En el primer caso, las iglesias se limitaron al servicio religioso de los británicos o alemanes busca-fortunas recién inmigrados, casi sin haber realizado labor proselitismo. No así en el segundo caso, en el que se trata de fundaciones con enormes recursos financieros provenientes de la oligarquía norteamericana. Estas fundaciones realizan labores “filantrópicas” con el claro propósito de dividir y domesticar a nuestro pueblo.

A partir de la década de los años 30 el imperialismo norteamericano intensificó la penetración ideológica y militar en nuestro país a través de diversas sectas como los “Testigos de Jehova” o la “Iglesia Fundamentalista del Verbo de Dios”, y de agrupaciones supuestamente religiosas como el “Instituto Lingüístico de Verano” o los “Cuerpos de Paz”. Cabe resaltar que dicha penetración se lleva a cabo ante la mirada complaciente y aun con la colaboración del Estado. “Más vale una misión que cien ametralladoras” decía cierto ministro de la iglesia metodista, encargado de la Fundación Rockefeller.

2. La iglesia cede ante el empuje revolucionario

Por supuesto que el desarrollo hasta aquí descrito del cristianismo institucional no está circunscrito a México, sino que se da en todos los países en los que predominan las religiones cristianas. Para la década de los años 60, el Vaticano se encontró con que estaba cada vez más aislado de las masas católicas debido a su postura antipopular. En consecuencia, el Papa Juan XXIII siguió una política de acercamiento con los países socialistas y emitió un documento en el que admite que los comunistas realizan las acciones propuestas por la moral cristiana, aunque partan de una base teórica errónea (de acuerdo al papa). Por su parte, Paulo VI avanzó en la puesta al día de la iglesia, mediante la realización del II Concilio Vaticano y la emisión de su encíclica “Populorum Progresio”. Estas medidas hicieron posible que muchos religiosos y religiosas honestos utilizaran su ministerio en todo el mundo subdesarrollado para favorecer las luchas de liberación nacional y por el socialismo.

Desde entonces dejó de ser novedad la participación de religiosos en los movimientos armados en Nicaragua, Brasil, El Salvador, Colombia o Guatemala.

1En México, los cristianos progresistas buscan obtener su legitimidad dentro de la iglesia tradicional, a la vez que se involucran con organizaciones políticas real o supuestamente de oposición. A pesar del reflujo reaccionario inducido por el Vaticano, han tenido algunos logros como el de haber arrancado una declaración que reiteraba el compromiso de la iglesia con los pobres en la III Conferencia Episcopal Latinoamericana, realizada en Puebla, a pesar del espíritu ultramontano reinante. Por otro lado, los obispos de la Región Pacífico Sur y otros en diferentes lugares del país han manifestado la necesidad de que los católicos participen políticamente en defensa de los intereses populares. Obispos y sacerdotes honestos denuncian permanentemente el deterioro en la calidad de la vida de la población y logran una cierta politización de las masas.

es mera contemplación, sino la reflexión consecuente de una práctica que trate de desplegar la fuerza creativa del pueblo en obras de beneficio común. Los cristianos avanzados realizan una concientización notable a través de estos trabajos, la que muestra al pueblo a su enemigo, así como su propia capacidad de lucha.

3. Discusión entre cristianos y marxistas

Lo que se ha dado en llamar diálogo entre marxistas y cristianos no ha sido fácil. Se ha visto obstaculizado en la práctica por el oportunismo de “izquierda” y por una desconfianza, por lo demás explicable, de parte de los religiosos y creyentes. Pero debe resaltarse que son precisamente estos quienes más activamente han buscado ese diálogo.

Son dos las actitudes supuestamente marxistas las que obstaculizan la participación revolucionaria de los cristianos: La primera es el sectarismo provocado por una lectura rígida del marxismo-leninismo: Si los libros dicen que “la religión es el opio del pueblo”, es así, por más que los religiosos y creyentes hayan demostrado –incluso con el generoso sacrificio de sus vidas- su capacidad revolucionaria en nuestra América Latina. Ya hemos señalado que los primeros interesados en que la religión deje de ser manipulada por la burguesía son los propios cristianos revolucionarios.

El segundo obstáculo, quizá más grave que el anterior, consiste en que los revolucionarios materialistas frecuentemente consideran de manera mecánica a la fe como algo transitorio, como una especie de enfermedad infantil que desaparecerá al triunfo de la revolución. En consecuencia los compañeros cristianos son considerados como militantes a los que les falta algo, que tienen limitaciones –superables- producidas por su fe. La terca realidad se ha encargado de mostrar que esto no es así, sino muy al contrario, que los creyentes tienen en su fe al elemento más profundamente motivador de su militancia revolucionaria y que, además, la militancia revolucionaria acrecenta su fe.

La fe ha mostrado ser un elemento dinámico y creativo que además de reconstruirse a través de la militancia revolucionaria, es capaz de realizar aportes valiosos tanto para la destrucción de la vieja sociedad como para la construcción de otra donde impere la justicia, el amor, la solidaridad y la esperanza en el futuro.

Todo esto plantea nuevos problemas a la crítica marxista de la religión, la cual de ninguna manera debe pasar por la negación del derecho que se han ganado los cristianos a hacer la revolución, derecho más legítimo que el de aquellos que en el nombre del marxismo permanecen cómodamente sentados tras sus escritorios. La unidad entre cristianos y marxistas se ha dado en las cárceles fascistas y se está dando en las trincheras de las guerras de liberación nacional y por el socialismo. Esto es lo que debe recoger la teoría, la que tendrá siempre presente que la unidad cristiano-marxista parte de la práctica revolucionaria.

El esfuerzo que han realizado los cristianos por acercarse al marxismo ha sido considerable a pesar de los obstáculos arriba descritos, al grado que no pocos teólogos progresistas han leído la obra de Marx con mayor seriedad y profundidad que muchos autoproclamados marxistas. Estos cristianos han realizado una admirable autocrítica, originada en la crítica marxista de la religión, han comprendido la lucha de clases y se han involucrado en ella reinterpretando su compromiso a la luz del Evangelio.

No obstante, queda entre los cristianos revolucionarios una reserva, un obstáculo por superar desde el punto de vista teórico. Plantean que la teología política desacraliza la naturaleza y las instituciones, relativizando las nuevas instituciones creadas por la revolución triunfante. La liberación es concebida como un proceso (al que califican de dialéctico pero que es concebido mecánicamente) de desinstitucionalización, de modo que una vez liberada una formación social hay que comenzar a liberar a la siguiente. El argumento incluye al socialismo, pero se abstiene de analizar lo que sucederá en la sociedad sin clases.

Otra vertiente del mismo problema es la lectura deshistorificada de la obra de Marx, en la que existe la tendencia a tomar frases sueltas, a manera de versículos, otorgándole a cada una de ellas un valor independiente del contexto en que fueron expresadas. La obra de Marx se convierte así exactamente en lo opuesto a lo que quiso su autor: en un texto dogmático con “verdades” absolutas.

De este tipo de lectura se deriva, bajo la influencia del anticomunismo reinante, una crítica más o menos superficial de los “seguidores” de Marx, que no son sino los constructores de las vanguardias revolucionarias de los países que han logrado liberarse del imperialismo. Marx está bien, dirán de buena fe estos teólogos, pero Lenin se equivocó. Añaden a su argumento que actualmente no hay sociedades de verdad socialistas tal y como las imaginara Marx (como si las sociedades se construyeran con la idea) porque han caído en el “materialismo ateo”, en la “burocracia” y en el “capitalismo de Estado”.

Buena parte de la discusión entre marxistas y cristianos se dio en el marco de la euforia post-franquista en España y durante el breve gobierno de la Unidad Popular en chile. Parecía entonces que era posible la “vía democrática” al poder, que no haría falta la dictadura del proletariado, que se podría alcanzar la “sociedad plural”. Pero la lucha de clases no se resuelve con tanta facilidad. No nos engañemos: La revolución de nuestra sociedad, la mexicana, requiere de un proceso particularmente cruento y prolongado. La alianza estratégica entre revolucionarios cristianos y marxistas se inscribe necesariamente en el reconocimiento de que nuestro camino es la guerra popular prolongada.

Una vez reconocida la necesidad de la guerra justa, queda sólo por determinar el momento histórico en que se hace posible e imperioso para el pueblo pasar a la ofensiva. La crisis irreversible en la que se ha precipitado el imperialismo, con toda su secuela de miseria y represión, señala que se ha llegado ese momento, que ni cristianos ni marxistas tenemos derecho a posponer.

4. La alianza como cuestión práctica

Cuando una organización revolucionaria convoca sin aventurerismo, sin la manipulación de quienes buscan votos u otros beneficios oportunistas, mostrando un trabajo constante y tenaz, a luchar por un proyecto histórico en que tenga necesaria cabida todo el pueblo para hacer la guerra contra el enemigo común que es el imperialismo, los religiosos y creyentes honestos se muestran dispuestos a integrar su esfuerzo a la revolución.

Esa organización debe mostrar un respeto irrestricto a las creencias religiosas del pueblo, por lo que no puede objetar el credo religioso de los que en ella militen. Deberá ser la lucha revolucionaria la que defina el carácter verdaderamente revolucionario de quienes en ella participen, y no la improductiva discusión entre materialistas e idealistas.

La búsqueda de unidad de todas las fuerzas revolucionarias del país definirá a la organización revolucionaria como laica, ya que proselitismo religioso dentro de sus filas rompería la unidad. A su vez, a ningún militante de la organización le sería dado opinar en el nombre de esta sobre la interpretación de las cuestiones religiosas que sólo competen a las distintas iglesias.

El marxismo-leninismo ha mostrado su validez en todas las revoluciones triunfantes de este siglo. Por ello todos los militantes, religiosos o no, de una organización revolucionaria como la que estamos planteando, tendrán la obligación de capacitarse teóricamente en el marxismo-leninismo. Además, no debe permitirse que el clero reaccionario se apropie de algunos elementos del marxismo-leninismo para dar explicaciones no científicas de la realidad, derivadas de la lectura fragmentaria de los clásicos, substituyendo la unidad de la teoría y la práctica revolucionarias por un simple discurso de apariencia revolucionaria.

El respeto a la religión debe asumir formas concretas: Permiso a los militantes para celebrar sus ritos, prohibición de que sean objeto de críticas o burlas, existencia de capellanes en la organización, y cabida de escritos y argumentos de los religiosos a favor de la revolución en las publicaciones abiertas o clandestinas.

La revolución ha de recibir el aporte cristiano al igual que todos los demás aportes del pueblo. Los trabajos que esperan a ser realizados son de una variedad enorme y tienen como única limitación las posibilidades creativas del pueblo, habida cuenta del grado de avance de la lucha. Para algunos de esos trabajos, los cristianos –particularmente los religiosos y religiosas- tienen el compromiso específico de lograr que los creyentes caminen por la senda revolucionaria. Para la realización de los más, se requiere la conciencia de la necesidad de la revolución y de que esta es posible.

El germen de esa conciencia ya existe entre los cristianos honestos de nuestro país.


Epílogo

Hasta aquí el documento histórico que hoy damos a conocer.

Independientemente de las manifestaciones de Fe de nuestro pueblo y de la reconocida rapacidad de los políticos mexicanos por aprovechar la visita del papa para lavar su imagen, seguimos pensando como nuestra “Tesis Política”, que sean bienvenidos todos los seres humanos de buena fe, dispuestos a

Vivir por la Patria o Morir por la Libertad”