El Batallón de San Patricio y la lucha contra el despojo
A nuestro correo de info@lacasadetodasytodos.org llegó la siguiente corresponsalía del historiador Jorge Cervantes que reproducimos a continuación:
“Éramos cuarenta y ocho hombres sin patria y sin uniforme;
esperábamos encontrar ambas cosas más allá de las líneas mexicanas.”
Combatiente John Riley
Septiembre es un mes repleto de sucesos históricos de enorme importancia para México y América Latina, de luchas y resistencias de los pueblos, de indignación y rebeldía que sería imposible de resumir en unas cuantas líneas. Es un mes que nos inunda con sentimientos de patria y nos llena de alegría con símbolos coloridos que inundan calles y plazas en todo el país, convertidos en fetiches cuando olvidamos el origen de su significado.
Éste es un mes agridulce en la historia de México. Celebramos el inicio y consumación de nuestra independencia de España, pero olvidamos que el 15 de septiembre de 1847 ondeaba la bandera de Estados Unidos clavada como espada sobre el Castillo de Chapultepec, sede del Palacio Nacional. Es un suceso que nos avergüenza porque preferimos festejar las victorias del pueblo y entregar las derrotas a la desmemoria y el olvido.
Ésta fue quizás la peor derrota histórica de nuestro pueblo, que llevó a la entrega del 40 por ciento del territorio nacional a los Estados Unidos al finalizar la guerra de despojo de dos años (1846 y 1848); una herida que México jamás podrá sanar. La infamia, la cobardía y traición del gobierno representado por Antonio López de Santana, dejó como saldo más de cuatro mil civiles muertos y 25 mil soldados caídos o heridos, sangre derramada no pudo detener la ambición expansionista del imperio.
El territorio arrebatado a México incluyó los estados completos de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, así como extensas regiones de Arizona, Colorado, Wyoming, Oklahoma y Kansas. Un robo histórico ratificado mediante el vergonzoso Tratado de Guadalupe, del 30 de mayo de 1848.
La expansión territorial de Estados Unidos se realizó en varias etapas y por vías pacíficas y bélicas, al culminar su periodo de independencia. Los norteamericanos ampliaron las fronteras originales de las trece colonias que tenían en el Atlántico mediante la compra de Luisiana a Francia en 1803, de La Florida a España en 1819 y de Alaska a Rusia en 1867. La anexión del resto se impuso por la fuerza de las armas, el asesinato y el exterminio.
La «Conquista del Oeste», fue un despojo a sangre y fuego para lograr la expansión del imperio hacia el Pacífico: Apaches, Navajos, Hopi, Siouk, Cherokee, Cheyenne, Iroqueses, cComanches y otros indios originarios, fueron desplazados de sus tierras a punta de balas y confinados en “reservas”, tras un exterminio casi total.
La voracidad sin límite del imperio puso su mirada en México, con quien tenía relaciones tensas que empeoraron en 1845, cuando la República de Texas se incorporó al país vecino. Estados Unidos buscaba extender su territorio hacia el sur, y el 13 de mayo de 1846, el presidente James K. Polk declaraba la guerra a nuestro país con ese propósito.
El Batallón de San Patricio
En 1845, una plaga destruyó los cultivos de papa en Irlanda y para no morir de hambre, muchos irlandeses emigraron a Estados Unidos para buscar trabajo. La única opción era enrolarse en el ejército, que con engaños les ofrecía buenos salarios y tierras.
Los irlandeses fueron maltratados y discriminados por los soldados norteamericanos y sometidos a castigos severos. Antes de iniciar la guerra contra México, los estadounidenses profanaron iglesias católicas en Texas para provocar a sus vecinos y esto provocó que muchos irlandeses abandonaran las filas castrenses. Estaban tan hartos de las burlas y castigos, que terminaron por identificarse con los mexicanos.
John Riley y Patrick Dalton integraron el Batallón de San Patricio con algunos soldados irlandeses desertores, a los que más tarde se unieron escoceses, ingleses, polacos y franceses. Muy pronto, el grupo reunió a decenas de soldados que tomaron el nombre del santo patrono que introdujo el catolicismo en Irlanda.
Riley repartió panfletos en diferentes idiomas, donde invitaba a los irlandeses a reflexionar sobre los motivos que llevaban a Estados Unidos a invadir México. En octubre de 1846, el ejército mexicano contaba ya con cien soldados desertores encabezados por Riley que se habían pasado a las filas de nuestro país.
El Batallón de San Patricio llegó a tener 800 combatientes y su bandera propia: verde de un lado, con la figura del santo patrono, y por el otro, el dibujo de un arpa dorada con el lema “Ering Go Bragh”, que significa “Irlanda para Siempre”.
El primer combate de los llamados Sanpatricios fue la Batalla de Monterrey, registrada el 21 de septiembre de 1846, con una acción de artillería que evitó dos asaltos de los estadounidenses a La Ciudadela. Los combatientes jugaron también un papel importante en la Batalla de Angostura en Coahuila en febrero de 1847, donde el traidor de Santa Anna ordenó la retirada a pesar de que el triunfo estaba asegurado.
El batallón enfrentó su artillería a los invasores norteamericanos en Matamoros, Buenavista y Cerro Gordo y se mantuvo como unidad leal a México bajo las órdenes del General Pedro María Anaya, pero finalmente, en la Batalla de Churubusco (agosto de 1847), el ejército mexicano fue derrotado. Los Sanpatricios sobrevivientes fueron apresados por los yanquis, juzgados, declarados culpables de traición y castigados con la horca.
La historia registra que, en Churubusco, después de una intensa batalla, el general norteamericano David Twiggs preguntó al general Pedro María Anaya sobre las municiones y armamento de los vencidos y obtuvo como respuesta la célebre frase de: “si hubiera parque, no estaría usted aquí”.
Dieciséis soldados del batallón fueron colgados en San Ángel, frente al templo de San Jacinto en la Ciudad de México el 9 de septiembre de 1847, cuatro más al día siguiente en el pueblo de Mixcoac y el resto, el 13 de septiembre cerca del Castillo de Chapultepec, en una ubicación escogida para que los condenados pudieran ver antes de morir, la bandera estadounidense clavada en el Castillo de Chapultepec.
Se sabe que quince soldados -entre ellos John Riley- no fueron colgados, pero como castigo, fueron marcados con una “D” en la mejilla derecha, recibieron 50 latigazos y estuvieron en prisión hasta que los estadounidenses se marcharon de México.
En 1850, John Riley se fue a Veracruz, donde murió y fue sepultado como “Juan Riley”, nombre con el que se alistó en el ejército mexicano. Algunos sobrevivientes regresaron a Irlanda y otros más se quedaron en el país.