Julio, 2021: “Las armas y las letras deben unirse…”

Este 1º de julio del 2021 es el 232 Aniversario del nacimiento de Xavier Mina en Otano, España.  Xavier o Xabier -y no Francisco Javier como erróneamente se escribe en México el nombre de nuestro héroe navarro mexicano-, supo integrar las luchas de ambos pueblos para lograr su libertad, las armas y las letras deben unirse para ser libres, unas luchan y vencen y las otras explican y convencen. Así fue el pensamiento y el desarrollo de las vidas de Mina y Fray Servando, el inquieto ideólogo regiomontano.

En nuestra Casa de Todas y Todos, recordamos y celebramos con orgullo los acontecimientos históricos de la lucha los pueblos en la búsqueda de su independencia. No importa mucho el resultado de los combates, que se ganan o se pierden,……. lo importante es darlos.

Otano, Navarra, hoy celebra con su monolito que apunta a México, un aniversario más del nacimiento de su hijo, Xabier, y nos unimos en la distancia con tan feliz celebración.

¡Gora Mina!
¡Gora Fray Servando!

Hace 21 años se inauguró la Casa de Dr. Margil, A.C. hoy La Casa de Todas y Todos, sitio histórico de donde salieron los primeros compañeros hacia la Selva Lacandona, y nuestra página virtual (www.lacasadetodasytodos.org) cumple 9 años de tener presencia en la web.

También, en este mes se cumplen 50 años de aquel 19 de julio de 1971, “Bautizo de fuego” de nuestra organización… fecha en que el gobierno de México se entera de la existencia de la organización Fuerzas de Liberación Nacional en la ciudad de Monterrey, N.L. que tenía ya 2 años de haberse fundado, trabajando en rigurosa clandestinidad. Esos acontecimientos dieron lugar a la persecución de los primeros compañeros que se atrevieron a luchar desafiando a un enemigo miles de veces más poderoso pero que había que vencer. Basta echar un vistazo a los periódicos de aquellos días para darse cuenta de la manera en que los diarios locales, hablaron de los acontecimientos que, sin duda; buscaban criminalizar a la organización a poco más de un mes de la matanza del Jueves de Corpus ocurrida en Ciudad de México, ordenada y realizada por el gobierno de Luis Echeverría Álvarez. No había duda de la necesidad de la clandestinidad para llevar adelante cualquier intento de transformación de la sociedad.

Por otro lado, las enseñanzas que se tuvieron como organización revolucionaria, se ilustran en un artículo que transcribimos de las páginas del Nepantla 9 del 15 de marzo de 1980, mismas que aparecieron en diferentes números titulado “Nuestra Historia”:

“Nuestra Historia…”

“Las actividades de la organización se desarrollaban normalmente en aquel año de 1971.

Los compañeros (aún no se incorporaban mujeres como militantes profesionales) suplían con entusiasmo y creatividad revolucionaria las limitaciones materiales.

Esa falta de compañeras entre los profesionales, fue una de las causas que provocó la curiosidad de unos vecinos de la casa de seguridad en Monterrey, de quienes llamó la atención que dos hombres jóvenes vivieran solos, haciendo además, algunos movimientos raros como entrar y salir con distintos vehículos, etc…  De la curiosidad pasaron a la sospecha de que se trataba de traficantes de drogas, por lo que dieron aviso a la Policía Judicial Federal, que envió la visita de los polizontes, los compañeros que ocupaban aquella casa (Mateo y Pepe) tuvieron que abandonarla, no sin antes enfrentarse a tiros con los polizontes, uno de los cuales quedó malherido… Estos acontecimientos fueron descritos con detalle en el artículo “El bautizo de fuego” (ver Nepantla No. 6) y analizados por el compañero Pedro en un comunicado, por lo que no repetiremos los detalles.

Pese a haber efectuado su retirada con todo el orden que permitían las circunstancias, Mateo y Pepe no pudieron destruir todo lo que estaba en la casa, por lo que, además de vehículos y armas, cayeron en manos de las fuerzas represivas algunos documentos que les hicieron saber de nuestra existencia como organización revolucionaria y los pusieron tras la pista de algunos de nuestros militantes urbanos, los cuales habían desarrollado su conciencia lo suficiente para incorporarse como profesionales, con lo que nuestro número sobrepasó la veintena. También creció el numero de urbanos, fueron cientos.

Este incremento en nuestras filas trajo -entre otras consecuencias- un aumento de las aportaciones en dinero, que por aquel entonces llegaron a promediar $35,000 mensuales. Además, las cooperaciones en forma de equipos y materiales y compras diversas se elevaron a $ 30,000 al mes aproximadamente. Echando un vistazo al panorama político actual (1980) nos damos cuenta que aún hay organizaciones que arriesgan y pierden militantes, en expropiaciones que, las más de las veces, no resultan verdaderamente provechosas (sobre todo tomando en cuenta los riesgos) ni siquiera desde el punto de vista económico, no digamos político.

Por otra parte, gracias a la madurez y a la decisión de algunos de nuestros cuadros urbanos, que entendieron que precisamente en los momentos críticos es cuando más hay que entregarse a la causa, se pudo reponer rápidamente el armamento perdido el 19 de julio en Monterrey, de manera que a finales de aquel año contábamos con unas 30 pistolas, 30 armas de alto poder y unas 20,000 balas de distintos calibres.

También se consiguieron nuevos automóviles, llegando a tener 6, en los cuales los compañeros podrían trasladarse con mucha mayor seguridad que usando transportes públicos. De este modo, el trabajo político-organizativo con obreros y campesinos se podía realizar en buenas condiciones de seguridad, disponiendo siempre de un medio rápido y confiable para emprender una eventual retirada.

Hoy, después de tantos años de seguir nuestras normas, las vemos como algo tan lógico y natural, que a veces perdemos de vista la capacidad de nuestro primer responsable al establecer los criterios que aún nos siguen rigiendo, sin que contara con la experiencia que ahora hemos acumulado. Esto se ve con mucha claridad en su elección de la primera zona de operaciones.

Habiendo estudiado detenidamente las características geopolíticas del territorio nacional, Pedro y Salvador seleccionaron como la zona más adecuada para el desarrollo de nuestras primeras actividades bélicas la selva lacandona. ¿Qué determinó esta elección? En primer término, factores políticos. Los habitantes de aquellas lejanas serranías vivían en un estado tal de explotación y miseria, de insalubridad e ignorancia, que constituían el material idóneo para formar bases de apoyo para las actividades político-militares de un grupo guerrillero. Su larga tradición de lucha contra la dominación, su fuerte espíritu de colectividad -acrecentado como mecanismo de defensa contra la penetración capitalista-, la feroz represión de que han sido víctimas seculares, todo, los señalaba como un sector que tiene un mundo que ganar con la revolución socialista, y que no tiene nada que perder más que su miseria.

Indígenas en su mayoría, los campesinos de esas zonas tienen en el capital su antagonista, al que se enfrentan en el proceso productivo como explotador, bajo la forma de comerciante, policía, autoridad agraria, agiotista, etc…

A estas masas de campesinos el Estado burgués mexicano no puede ofrecer más que represión. Todos, absolutamente todos los planes para integrar a estos grupos “al desarrollo del país” han fracasado y seguirán fracasando: alfabetización, vacunación, regularización de la tenencia de la tierra, tecnificación de la agricultura, castellanización, etc…. No son mas que los nombres de otros tantos planes fallidos por un Estado que, pese a sus desplantes paternalistas se concreta en la vida cotidiana como el cacique, investido de autoridad oficial como el matón (con uniforme o sin él) a sueldo de terratenientes y ganaderos, como el prestamista que especula con dinero de los bancos oficiales y como toda la demás ralea de chupa-sangre.

La política que estableció Manuel frente a los campesinos de la zona, se basa en un respeto absoluto a sus tradiciones, en un reconocimiento de su capacidad de lucha y en la confianza de que, una vez incorporados a la lucha, se desarrollarán aceleradamente transformándose ellos mismos en dirigentes de la revolución.

El respeto hacia estos campesinos es tan grande, que desde hace 10 años, los guerrilleros que van a trasladarse a aquellas regiones aprenden antes las lenguas indígenas, para poder hablar con los pobladores de la sierra en su propio idioma, sin imponerles nada, ni siquiera la lengua para comunicarse.

Y está el terreno. Abrupto, montañoso, densamente arbolado (un helicóptero tiene que descender mucho -poniéndose a tiro- para tratar de ver qué hay bajo los inmensos caobos, ceibas y huapaques) y con una vegetación menor que constituye el mayor obstáculo para quien no conozca bien el terreno. Aquí los vehículos militares del imperialismo son un estorbo, pues en lugar de ejes viales se topan con raíces, arbustos, enredaderas, ramas secas, árboles caídos que forman una maraña en la que sólo la conciencia revolucionaria permite avanzar, macheteando, cargando una pesada mochila, sobreponiéndose a la fatiga, la sed, el hambre, los insectos y los peligros. Si, desde el punto de vista del enemigo, agregamos a esos obstáculos naturales la posibilidad de una emboscada, de una muerte súbita y absurda, entenderemos mejor por que los movimientos revolucionarios en nuestros países, tienen como almácigo natural, las enhiestas montañas americanas.

Y aunque nuestra lucha sea en sus inicios nacional, forma parte de nuestros principios básicos el internacionalismo proletario, que se concreta en la aspiración de la gran patria latinoamericana, por lo que se consideró la posibilidad futura de establecer contactos político-operativos con quienes, allende el Suchiate, luchan contra el mismo enemigo: el imperialismo yanqui.

A la vista de estas consideraciones, el compañero Pedro, decidió trasladarse a las inmediaciones de la zona, con el fin de tener una base de entrenamiento y de acción política. Al efecto, adquirió un terreno situado en los altos de la sierra chiapaneca que luego fue conocido como “El Chilar”, por las matas de chile que sembraron los compañeros.

Allá al Chilar se fueron a vivir en los primeros meses de 1972 Pedro y dos compañeros, que iniciaron las primeras exploraciones sistemáticas, poniendo en práctica los conocimientos de topografía y dibujo adquiridos en las casas de seguridad.

Si la vida en las casas era dura, la del rancho era aún más difícil; pero, quizá por ello, más formativa. Se levantaban con el alba y realizaban toda clase de trabajos campestres: barbecho, siembra, beneficio y demás atenciones de las matas de chile que daban su nombre al rancho; cuidaban un par de mulos que usaban para trabajar la tierra y para mover carga por los caminos del monte. Exploraban los alrededores levantando mapas más exactos que otros, incluso las cartas de navegación yanqui.

Visitaban con regularidad a algunos pobladores de la región, preparándolos para una futura participación en la lucha.

Practicaban con toda clase de armas, incluso las de alto poder. Para estas prácticas, habilitaron un campo de tiro en el que, ejercitándose en las distintas posiciones, disparaban sobre blancos fijos y móviles. Llegaron a adquirir tal destreza, que podían apuntar y disparar en 5 segundos, con una carabina M-1 -pegando en el blanco, por supuesto- a una distancia de 100 metros.

Y hubo también una importante razón de estrategia militar: la cercanía del Istmo de Tehuantepec, que constituye una característica natural del territorio, favorable a una división del país que permita consolidar una zona liberada con vistas a conectarse con Centroamérica. Los acontecimientos recientes en esa región (Nicaragua, El Salvador, Panamá, Costa Rica) no han hecho sino confirmar lo correcto de esas previsiones.

Por otro lado, en la región ístmica hay gran concentración de población indígena, cuya miseria los hace campo fértil para la revolución. Y, finalmente, la riqueza petrolera, que, si bien no se explotaba entonces con la intensidad de ahora, sí despertaba ya la codicia de los imperialistas. Hace diez años era claro -y ahora lo es más aún- que el petróleo sólo podrá ser utilizado en beneficio del pueblo cuando éste tome el poder.

Claro que, en buena medida, las actividades políticas, las prácticas y exploraciones del grupo de Pedro (quien por aquel entonces cambió su nombre por el de Manuel), eran posibles gracias al trabajo político y técnico desarrollado por los compañeros de las redes urbanas, cuyos responsables mostraban a los obreros y estudiantes más consecuentes, la posibilidad y la necesidad de su participación en la lucha revolucionaria.

Por cierto que, como fruto del desarrollo de esas redes urbanas, se empezaron a incorporar a las filas de los militantes de tiempo completo las primeras mujeres, lo que trajo entre otras consecuencias -todas benéficas- las primeras peticiones de matrimonio.

(…)

Fin del artículo aparecido en Nepantla 9 de fecha 15 de marzo de 1980.

¡Vivir por la Patria! o ¡Morir por la Libertad!

Grupo Editorial de la Casa de Todas y Todos.