Corresponsalía de Manuel Alegría Fernández profesor de Historia Contemporánea en IES Nuestra Señora de los Remedios (Cantabria) y miembro de Eraikuntza.
La publicación Las Fuerzas de Liberación Nacional y los combates de la memoria, 1974-1977, que nos brindan María José Sagasti Lacalle, María Jiménez, Eufrosina Rodríguez y el profesor Neil Harvey, a través del Grupo Editorial de La Casa de Todas y Todos, posibilitan el acercamiento a la historia de esta facción de la guerrilla mejicana, a partir del análisis documental de los comunicados emitidos por la organización y por los diarios del compañero Alfredo durante este periodo de tiempo en el que se centra el estudio.
Una guerrilla en el contexto de la Guerra Fría
El contexto insurreccional de la América Latina se inscribía entonces, no obstante, en un marco histórico que podría definirse como de anticipo del final de la Guerra Fría, que se produjo a finales de los ochenta y principios de la década de los noventa del siglo XX, como final a lo que E. J. Hobsbawm denominó como el “corto siglo XX”[1].
Ese periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, iniciado poco después del conflicto hasta la descomposición de la Unión Soviética (1947-1991), no supuso simplemente un reparto geoestratégico del mundo por parte de las dos principales superpotencias que protagonizaron la historia de esos decenios sino, además, la Guerra Fría fue el marco en que se insertó la prolongación de un conflicto ideológico y de clases sociales que habría de tener sus referentes más explícitos, al menos, en la Revolución de Octubre de 1917. El proletariado surgido en los albores de la Revolución Industrial, en su avance organizativo y en la maduración de los objetivos por la mejora de sus condiciones de laborales y sociales, había partido desde la destrucción de las máquinas (ludismo) a, progresivamente, la conformación de los instrumentos políticos e ideológicos (socialismo) favorables al cambio de las condiciones sociales y laborales generados en una sociedad basada en los principios económicos del capitalismo e ideológicos del liberalismo.
La oposición entre los modelos capitalista y el intento de puesta en marcha de un modelo socioeconómico y político socialista fueron, por tanto, los fundamentos del enfrentamiento que Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) llevaron a cabo desde poco después del final de la conflagración mundial. El modelo económico capitalista, el sistema de representación político democrático parlamentario -que no obstó el sostenimiento de regímenes dictatoriales- y la ideología del liberalismo, se erigieron en los soportes del funcionamiento del denominado bloque occidental liderado por EEUU. Mientras, la economía planificada y la propiedad pública de los medios productivos, los regímenes democrático-populares y la ideología socialista, pretendieron ser los fundamentos de base de la nueva sociedad sin clases en construcción, dentro del denominado bloque socialista encabezado por la URSS.
El enfrentamiento de dos mundos, sin embargo, no empañó el surgimiento de multitud de movimientos de liberación nacional que culminaron los procesos de descolonización de Asia y África en las décadas de los cincuenta y sesenta de la pasada centuria, en una dialéctica en la que la liberación nacional se interrelacionaba inextricablemente con las mismas luchas sociales en relación con el primero.
La evolución interna de las dos grandes potencias en la década de los setenta: las élites “pierden el miedo al comunismo”.
La década de los años setenta del siglo XX[2], en este contexto histórico, anticiparía parte del final de la etapa de la Guerra Fría. Del mismo modo que se evidenciaron los avances de movimientos progresistas y la maduración de experiencias de carácter socialista, en el periodo se incubaron también procesos de indudable cariz conservador, reaccionario y contrarrevolucionario que tuvieron su proyección hacia el futuro, hasta convertirse en peligrosas amenazas del actual presente.
Habría que comenzar con la evolución de Estados Unidos, la punta de lanza de la política expansivo-imperial del bloque occidental capitalista. La década de los setenta se inició con la elección por estrecho margen, en los comicios de 1969, del republicano Richard Nixon como presidente, que basó su estrategia interna en la atracción de la clase media estadounidense, descontenta con los años de lucha de la población negra por sus derechos y las protestas de los grupos de activistas a favor de las libertades sociales. Para 1973, Nixon había firmado un tratado de paz con Vietnam del Norte, había traído de regreso a los soldados y había puesto punto final al reclutamiento, y consiguió los dos más importantes objetivos diplomáticos de su mandato: el restablecimiento de relaciones formales con la República Popular de China y la negociación del primer Tratado sobre Limitación de Armas Nucleares (SALT I) con la Unión Soviética. Así todo, no pudo compensar el escándalo de espionaje de sus contrincantes demócratas (caso Watergate) y, en julio de 1973, fue sustituido por Gerald Ford.
Las elecciones de 1976 favorecieron al demócrata Jimmy Carter, ex gobernador de Georgia, que hubo de hacer frente a la crisis cíclica del sistema capitalista que representó la ocasionada por la subida de los precios de combustibles auspiciada por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en el año 1973. Carter tenía experiencia política limitada y su política económica no pudo controlar la inflación como principal problema de los años setenta. En el plano internacional se firmó un segundo Tratado sobre Limitación de Armas Estratégicas (SALT II) con la Unión Soviética, pero que posteriormente no llegó a ser ratificado por el Senado a causa de la invasión soviética a Afganistán en diciembre de 1979. El mayor éxito de Carter fue la negociación del Acuerdo de Camp David entre Israel y Egipto, suscrito el 17 de septiembre de 1978, intento finalmente infructuoso para encauzar el conflicto árabe-israelí en su vertiente referida a la ocupación sionista de la Palestina histórica.
En esta fase de evolución de la guerrilla de las FLN (1974-77), la Unión Soviética se hallaba en la “era Breznev”, que había sustituido a Nikita Jrushchov en la etapa de desestalinización, como secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) desde 1962 hasta su muerte en 1982 y, desde 1977, como presidente del Presidium del Soviet Supremo. La coyuntura se caracterizaba económicamente por el estancamiento y la incapacidad de proseguir sin problemas financieros la carrera armamentística forzada por los estadounidenses y, político-administrativamente, por la burocratización, convirtiéndose el estado en una pesada maquinaria que no confluía con los auténticos resortes de la participación colectiva propugnados desde la democracia socialista.
En realidad, en esta etapa internacional de los años setenta del siglo pasado, el capitalismo había tomado la medida no sólo de la Unión Soviética como principal adalid del campo socialista, sino al propio movimiento obrero internacional y a la revolución misma, la esperanza de cambio del orden socioeconómico y político del capitalismo por los desheredados del mundo. El historiador Josep Fontana sintetiza este aserto a propósito de su reflexión sobre la necesidad de seguir estudiando la revolución soviética hoy en día:
A mediados de los años setenta, a medida que resultaba cada vez más evidente que la amenaza soviética era inconsistente, los sectores empresariales, que hasta entonces habían aceptado pagar la factura de unos costes salariales y unos impuestos elevados, comenzaron a reaccionar. La ofensiva comenzó en tiempos de Carter, impidiendo que se creara una Oficina de representación de los consumidores, por un lado, y abandonando los sindicatos en la defensa de sus derechos, por otra, y prosiguió con Reagan en Estados Unidos, y con la señora Thatcher en Gran Bretaña, luchando abiertamente contra los sindicatos. Como consecuencia de esta política comenzaba de nuevo el crecimiento de la curva de la desigualdad, que se alimentaba de la rebaja gradual de los costes salariales y fiscales de las empresas.[3]
La disminución de las desigualdades sociales desde la revolución fue consecuencia de las cesiones de las clases dominantes ante el miedo a la revolución por parte de los sectores populares y, especialmente, la clase trabajadora y, por ello, EEUU y sus fuerzas troncales afrontaron “la necesidad de hacer frente a lo que temían realmente, que no eran las armas soviéticas, sino la posibilidad de que ideas y movimientos de signo comunista se extendieran por los países “occidentales”[4]. Esta fue la causa que propició un reparto más equitativo de los beneficios de la producción y el desarrollo y maduración del estado del bienestar, alcanzándose los índices más bajos de la historia en la escala de los contrastes sociales en el ámbito internacional.
La contrarréplica reactiva al “avance del comunismo”
Este panorama mundial que se debatía entre los avances y retrocesos de las fuerzas populares y progresistas, conoció cambios importantes que habrían de afectar a las estructuras económicas del mundo gestionado desde los postulados socialistas. Tras la muerte de Mao en 1976, Deng Xiao Ping tomó el poder y desarrolló una serie de reformas económicas que cambiaron los principios de la planificación productiva en la República Popular de China, en esa peculiar concepción del crecimiento que dio lugar al denominado “socialismo de mercado” o “economía de mercado socialista”. Conocido es el apotegma del sucesor en la dirección del estado después de la Revolución Cultural y de la detención de la banda de los Cuatro el día 6 de octubre de 1976: “gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones”[5].
En el seno del capitalismo desarrollado, como una parte fundamental del bloque occidental, la construcción europea era llevada a cabo desde el modelo socialdemócrata gestionado por los partidos socialistas que desde la Segunda Internacional se habían desmarcado definitivamente de la estrategia revolucionaria propugnada por los partidos comunistas tras la Revolución de Octubre. Entre una estrategia gradualista implementada por estas organizaciones y la cesiones que las élites del mundo occidental se vieron obligadas a realizar para intentar contener los planteamientos favorables a las profundas transformaciones del sistema capitalista propugnadas por otras organizaciones políticas y sindicales del movimiento obrero, bajo la amenaza geoestratégica del posicionamiento de la Unión Soviética, el Estado del Bienestar comenzó a ser taladrado en el comienzo de su desgaste. De forma premonitoria respecto al futuro de la década de los ochenta del siglo XX, el socialdemócrata alemán Willy Brandt dimitía en favor de Helmut Smicht en abril de 1974, y el laborista Harold Wilson era sustituido por J. Callagham en el Reino Unido el 5 de abril de 1976.
Antes, el 11 de febrero de 1975, Margaret Thatcher había sido elegida presidenta del Partido Conservador británico, iniciando una escalada al poder que finalmente asumirá en la etapa de 1979 a 1980. Esta mandataria, junto a la actuación desde la presidencia de los EEUU de Ronald Reagan durante el periodo de 1981 a 1989, ha representado la aplicación de las políticas económicas y sociales inspiradas en las corrientes ideológicas del “neoliberalismo”, como demostración de cómo las élites “habían perdido el miedo a la revolución comunista” y se iniciaban en la reconquista de sus posiciones de privilegio. La proyección de este diseño, aquí expuesto en sus primeros avances, por parte de los poderes financieros, del capital transnacional y de las grandes fortunas se ha extendido hasta el mundo actual.
También en Europa, la muerte del general Francisco Franco (20 de noviembre de 1975) auspició esperanzas prontamente defraudadas, al pasar a ser dirigida por las élites internas sustentadoras del franquismo la Transición política desde la dictadura a la democracia, en sintonía con la política trazada por el Pentágono. Uno de los principales instrumentos en España para encauzar desde la oposición a la dictadura, en la senda anticipada por los servicios de inteligencia estadounidenses en el proceso de transición política desde el franquismo, como es el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), celebraba del 11 al 13 de octubre de 1974 en Suresnes el congreso en que Felipe González fue elegido secretario general, en contra de los propósitos del socialismo entroncado en la Segunda República que representaba la opción de Rodolfo Llopis. Como resultado, en el nuevo marco democrático español no se cuestionaron los elementos constitutivos del nuevo régimen fundamentados en el franquismo (monarquía de Juan Carlos I) que, hasta hoy en día, ha gozado de total inpunidad, no siendo juzgados ni los delitos de lesa humanidad ni el ejercicio de un régimen dictatorial basado en los principios rectores del fascismo de la época de Entreguerras, en la misma línea que las derrotadas potencias en la Segunda Guerra Mundial, como representaron en Europa la Alemania nazi y la Italia fascista.
Quizá, el área regional en el que las sombras de los movimientos revolucionarios, de los partidos de izquierda y de las alternativas progresistas eran más alargadas, fuera precisamente aquella en la que guerrillas como las FLN desarrollaron su actuación. América Latina era escenario de la política de actuación de EEUU, como fuerza del imperialismo y de extensión de un modelo que cobraba su último sentido en la “doctrina de la seguridad nacional”, constatable en los informes desclasificados por el gobierno estadounidense, la CIA y los memoranda del Consejo de Seguridad Nacional. Según la misma, los distintos ejércitos latinoamericanos fueron instruidos en las técnicas contrarrevolucionarias, sobre la consideración de que cualquier amenaza a la seguridad nacional de EEUU favorecía los intereses de la potencia enemiga, la Unión Soviética. Las políticas económicas liberales y las acciones políticas contra el “comunismo” hicieron de América Latina una región de acción preferente de los intereses hegemónicos estadounidenses.
El ejemplo más representativo de esta política lo había representado el golpe de estado del general Augusto Pinochet el 11 de septiembre de 1973 poniendo fin al gobierno democrático del socialista Salvador Allende. El ascenso al poder de Carlos Andrés Pérez en Venezuela el 11 de marzo de 1974, la reelección de José Berenguer en la República Dominicana el 16 de mayo de ese mismo año, los asesinatos selectivos de la Triple A en Argentina[6], la reelección de Anastasio Somoza en Nicaragua el 1 de septiembre o la decisión de que el ejército argentino interviniera directamente contra la guerrilla montonera[7], son acontecimientos que anticiparán el ejemplo más representativo de la simbiosis entre los intereses de las oligarquías internas y las de las actuaciones imperiales de la potencia más importante del bloque capitalista en este lapso en que se analiza la actuación de las FLN (1974-1977): el día 24 de marzo de 1976, Isabel Martínez de Perón era depuesta por un golpe de estado militar que extendió sus efectos hasta 1983 y que ocasionó, entre otro tipo de consecuencias, la desaparición de diez mil opositores.
En la esfera internacional, por su importancia en el ámbito del Próximo Oriente y como espoleta del bloque occidental en un área tan conflictiva, el enfrentamiento árabe-israelí no conseguía desatascarse. La creación en 1948 del estado de Israel, contra los legítimos derechos individuales y nacionales de la población palestina originaria, supuso un intento de resarcimiento respecto al Holocausto nazi, la concreción del sueño sionista de una “patria judía” y la creación de un Estado en íntima relación con los intereses expansivos estadounidenses. Ya sea a causa de la influencia del “lobby sionista” en la política norteamericana o, por su envés, el cuidado por parte de Israel de los intereses del bloque occidental en el Próximo y Medio Oriente, el poder sionista se afianzó tras la primera guerra árabe-israelí (1948), la guerra de los Seis Días (1967) y, en lo que respecta al periodo histórico en el que se ubica la presente publicación, la guerra del Yom Kipur (1973), mediante la cual Israel aseguraba los territorios usurpados en sus acciones bélicas anteriores.
Como conclusión, el marco de los años setenta del siglo XX representó el principio del final de una etapa histórica, la Guerra Fría, en que las esperanzas de la izquierda socialista en el plano internacional, fraguadas entre otros por grupos guerrilleros como las Fuerzas de Liberación Nacional en México, se marchitaron parcialmente con los retrocesos que supusieron los errores en el desarrollo del proyecto que habría de anticipar la construcción de otra sociedad alternativa al capitalismo en el seno del bloque socialista, los intereses expansivos del imperialismo occidental de la mano de la hegemonía de EEUU -que no dudó en pergeñar y aplicar medidas de contención política represivas y antidemocráticas- y, en definitiva, por la pérdida del miedo por parte de las élites mundiales a la revolución de las clases populares a partir de la “amenaza del comunismo”. Aquellos aspectos reactivos alumbrados entonces, se han proyectado, a veces dramáticamente, hacia el presente.
Euskal Herria, septiembre de 2016
[1] Concepto originalmente propuesto por Iván Bered (Academia Húngara de las ciencias), fue divulgado y desarrollado por E. J. Hobsbawm para hacer referencia al periodo desde el final de la Primera Guerra Mundial al final de la Unión Soviética.
[2] El libro de FONTANA, J.: Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945, Barcelona, Pasado y Presente, 2011, plantea estos años setenta como los del inicio de la Gran Divergencia.
[3] FONTANA, Josep: “¿Por qué nos conviene estudiar la revolución rusa?” (Conferencia pronunciada en el acto de presentación de la comisión del centenario de la Revolución Rusa), noviembre 2014. Confer http://old.sinpermiso.info/articulos/ficheros/5revrus.pdf, de la revista Sin Permiso digital, p. 7
[4] Ídem, p. 6
[5] Frase atribuida a Deng Xiao Ping en un discurso suyo de 1962 en el transcurso de un encuentro del Partido Comunista Chino
[6] El día 31 de julio de 1974 fue asesinado en atentado de este grupo el intelectual y político Rodolfo Ortega Peña, a la edad de 37 años, y el 21 de marzo del año siguiente perpetra la masacre de Pasco contra militantes de la Juventud Peronista.
[7] La intervención fue anunciada el 10 de febrero de 1975 por Isabel Martínez de Perón, y fue el inicio de las prácticas de represión ilegal.