Posted On 27 abril, 2017 By In Nuestra Historia With 2391 Views

Nuestra Historia: FLN – Segunda entrega

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Nepantla 5
22 de junio de 1979

Entre las causas que llevaron a la disolución del Ejército Insurgente Mexicano, la personalidad de su propio dirigente, el periodista Mario Menéndez  jugó un papel decisivo.

Su confusa concepción de la política revolucionaria no podía dictarle medidas de seguridad eficaces. Y así, hizo para el EIM algunos “reclutamientos basados en la amistad y el verbalismo revolucionario y no en una selección cuidadosa, tomando como base los hechos y antecedentes individuales, un período de observación y prueba que vaya de tareas sencillas a otras cada vez más importantes, riesgosas y comprometedoras…” (Com. de marzo de 1970).

Como era de esperarse, las personas reclutadas sobre bases tan endebles, no pudieron sobreponerse a las dificultades de la vida guerrillera y desertaron, llegando al extremo de denunciar por iniciativa propia las actividades de Mario Menéndez, sin que las autoridades dieran crédito a su denuncia, hasta que a ella se sumó otra acusación; ésta proveniente de otro ex-integrante del E.I.M. que había sido dado de baja de la guerrilla y juzgado por desmoralización; y a quien, sin embargo Mario Menéndez le permitió no sólo salir de la sierra, sino que incluso lo comisionó en el D.F., ¡para que continuara en la lucha en forma de sabotaje!

Por supuesto, esas denuncias abarcaban también a varios de nuestros compañeros que habían militado en el EIM y que se habían militado en el EIM y que se habían esfumado para los polizontes, haciéndose evidente lo correcto del criterio de nuestro responsable al haber mantenido en la clandestinidad  al primer núcleo de militantes profesionales. En cambio, Mario Menéndez fue capturado por los esbirros policíacos cuando salía tranquilamente de la imprenta donde hacían su revista, en el mes de febrero de 1970.

Cuando se enteró de la detención de Menéndez, el compañero Pedro que a la sazón se encontraba en la ciudad de México, junto con Salvador, Abel y otros compañeros, se comunicó a Monterrey y dio instrucciones al compañero Felipe, responsable de la casa de seguridad, que la abandonaran, se ocultaran y cambiaran su apariencia. (A decir verdad, algunos de nuestros camaradas pueden ser considerados pioneros del estilo “afro”, dicho sea con toda modestia).

Las órdenes de aprehensión y las consiguientes pesquisas de los polizontes no amilanaron a los compañeros, quienes intensificaron su ritmo de trabajo para suplir carencias materiales que hubieran arredrado a otros.

La mayoría se concentró en una casa de seguridad en Puebla, en la que, a los ojos del vecindario, sólo aparecían dos compañeros. Los demás permanecían ocultos, sin siquiera asomarse por las ventanas. Dormían en el suelo, pues carecían de camas, mesas y sillas. Tampoco tenían estufa; calentaban su comida en una lámina sostenida por unos ladrillos.

Poco a poco, se consiguieron algunas herramientas y materiales casi de desecho, con los que pudieron hacer mesas, bancos, etc. A todo se le sacaba provecho. Una latita vacía se convertía en azucarera, en colador, o…. en cenicero, para que los empedernidos fumadores (que desde entonces hacían pleno uso de su derecho a una cajetilla diaria) no ensuciaran la casa. Los clavos viejos, retorcidos y mohosos, se enderezaban con toda paciencia y volvían a ser útiles.

Y, por supuesto, el aprovechamiento del tiempo estaba regido por el mismo criterio revolucionario de no desperdiciar nada.

Así, se estudiaba en detalle el funcionamiento de las armas. Armándolas y desarmándolas una y otra vez, estudiando la función de cada pieza, cada perno, cada resorte: deduciendo la razón de ser de todas las ranuras, salientes y taladros, hasta llegar a armar y desarmar una carabina .30 M-1 en minutos…. ¡con los ojos vendados!

El armamento se había incrementado y diversificado, aprovechando los contactos y relaciones de unos militantes urbanos muy conscientes. Se contaba aproximadamente con 15 pistolas (escuadras y revólveres) y unas 20 armas de alto poder, entre rifles, carabinas y subametralladoras. El parque consistía más o menos en 13,000 balas de diversos calibres.

Salvador, que a una vasta experiencia como médico unía un clarísimo criterio político, les daba clases de Medicina, fijando nuestra posición ante enfermedades, medicamentos, etc. La auto-medicación, por ejemplo, quedó desde entonces desterrada, ya que en cada casa o campamento hay un compañero encargado de Sanidad, que es el único autorizado para administrar desde un simple analgésico hasta un tratamiento antibiótico.

Otro compañero, que por supuesto nunca había sido lingüista, daba clases de alguno de los dialectos hablados en la futura zona de operaciones. Los militantes urbanos obtenían los libros y folletos que servían de material para la “cátedra”. También se enseñaba colectivamente matemáticas y por supuesto, marxismo-leninismo. Esta última estaba a cargo del compañero Pedro, quien se esforzaba siempre por concretar la teoría marxista en las especificaciones de nuestro país.

Previendo la gran importancia que para la guerra de liberación tendrá la radiocomunicación, Jesús y Salvador se dedicaron a estudiar intensivamente radio, con limitaciones de equipo y materiales que desalentarían a cualquier aficionado.

La disciplina era muy estricta, pues si bien el compañero responsable se caracterizaba por su paciencia y respeto a sus camaradas, no dejaba de señalarles las faltas que cometían.

El rigor, las duras condiciones materiales, el intenso ritmo de trabajo, las charlas políticas del compañero Pedro, fueron templando aquel núcleo, transformándolos en verdaderos profesionales de la revolución. Salvador, Abel, Jesús, Felipe, Aquiles, Lucio, Alfonso… han sido pruebas vivientes de la capacidad de nuestro primer responsable.

Cuando consideró que esos compañeros podían a su vez hacerse cargo de la formación de nuevos militantes, el Co. Pedro los destacó a distintas ciudades: Monterrey, México, Veracruz, los resultados fueron muy positivos, pues las actividades de cada red se planificaron y desarrollaron con creciente disciplina y eficacia. Así, tras algunas incorporaciones y la depuración de las redes, la composición de la organización era aproximadamente como sigue: 16 militantes profesionales, 25 urbanos y 65 simpatizantes.

Se reglamentaron las aportaciones de los militantes urbanos, estableciendo cada uno de ellos mismos una cuota fija. Estos ingresos regulares ascendían a $12,000 mensuales y se complementaron con otras entradas, fruto del ingenio y la inventiva de los militantes urbanos:  rifas, venta de objetos superfluos, etc.

También se aprovechaba la incorporación como profesionales de algunos militantes urbanos, o sea su “desaparición” de la vida civil, para obtener recursos, equipos o simples mercancías (que después se vendían) comprándolas a crédito y, cuando así lo exigían las circunstancias, se daba como fiador algún “amigo” o pariente lejano que se distinguiera por sus ideas reaccionarias.

Fue por aquel entonces y también ayudados por nuestros compañeros urbanos que se hicieron las primeras prácticas de tiro saliendo de “cacería” al campo.

Para terminar, señalemos que la falta de mujeres entre las filas de los profesionales, trajo consecuencias negativas, como veremos más adelante.

COMUNICADOS.

EL primer comunicado emitido por la Dirección en 1970 analizaba la captura de Mario Menéndez y fijaba una serie de normas cuya eficacia se corrobora al paso del tiempo. Otro más, fijaba la estructura de la organización y las redes urbanas. Un tercero, que se ha perdido, hacía un balance del segundo año de actividades, balance que, realizado ahora, muestra la consolidación de las F.L.N. mediante el desarrollo de sus militantes.
 
Continuará…

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