Corresponsalía de Mexi
Cadereyta Jiménez, Nuevo León, situado a treinta y tres kilómetros de la Ciudad de Monterrey, el municipio de Cadereyta tiene en la historia de la región un lugar en el génesis de la sultana norteña, debatiéndose en ello desde hace algunos lustros entre el superviviente trabajo del campo y el influjo siempre modernizador de la industria. Desde sus inicios, el municipio se ubicó en un lugar geográficamente privilegiado, pues sus primeros pobladores, entre los que se encontraban indígenas chichimecas y tlaxcaltecas, se asentaron en un fértil islote rodeado por los ríos San Juan y Santa Catarina, lugar en el que en 1637 sería oficialmente nombrado por una diligencia militar al mando del Capitán Luis de Zúñiga como villa perteneciente al Nuevo Reino de León, convirtiéndose en el segundo asentamiento más importante de la demarcación.
La actividad agrícola y ganadera ha tenido un papel importante en la economía de Cadereyta Jiménez, sin embargo el desarrollo industrial no ha sido ajeno a la vida del municipio; pues si desde la época colonial Cadereyta destacó como centro poblacional, a la llegada del ferrocarril el municipio contó con su propia estación, la de San Juan, a la par de que dicho medio de comunicación detonó el trabajo de manufacturación con la establecimiento de una fábrica de escobas en 1892. De la industria de manufactura, con el tiempo el municipio ha llegado a albergar un tipo de industria que se contrapone al proyecto que lo a lo largo sus pobladores han ido urdiendo en la historia.
La localidad de San Juan, donde se encuentra la antigua estación de ferrocarril, es el ejemplo vivo de dicha contraposición de proyectos, pues en la época reciente ha tenido que enfrentar los estragos que trae consigo la explotación de los recursos por parte de la industria: afectaciones visibles en la grave contaminación del suelo y de las cuencas de agua para riego y de consumo humano, las cuales ocasiona serios problemas a la salud de los pobladores, peligro que va en aumento.
La delegación de San Juan, pese a ser un pequeño poblado alejado de la gran urbe reputa ser la cuna del beisbol en México, obsequio de los obreros norteamericanos que instalaron las vías del ferrocarril; eso es anecdótico pues dicho asentamiento mejor podría asociársele en su colindancia con la refinería “Ing. Héctor R. Lara Sosa” de Petróleos Mexicanos, un monstruoso complejo que en su época fu considerado la refinaría más grande de América Latina, hoy treinta y seis años después se ha convertido en un silencioso símbolo para el sostenimiento del depreciado estatus que el Estado tiene como bastión industrial en el país. De esa vecindad es de donde surgen los problemas más importantes que el poblado de San Juan tiene en cuanto a afectaciones ambientales se refiere.
Si bien el contexto de la localidad es un tanto más complejo que el sólo desequilibrio medio ambiental, pues también se tienen en el escenario la presencia del crimen organizado y sus actos de barbarie, las referencias sirven bien para mostrar una analogía que deje ver a San Juan como una síntesis del panorama nacional. Por una parte alberga la refinería más rentable del país con un promedio diario de 181 mil barriles de petróleo, actividad productiva que sostiene la economía mexicana, pero que en contraste, frente al recrudecimiento de la violencia en la guerra contra el narcotráfico, ese municipio se ha visto matizado de enfrentamientos, ejecuciones y desapariciones.
Está el caso aun sin respuestas de la desaparición forzada de 38 trabajadores de la refinería, que en mayo de 2007 fueron privados de su libertad por un comando armado tras el término de la asamblea del Comité de Huelga de la sección 49 del Sindicato Nacional de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, en dónde se discutía una petición de aumento salarial. Sin duda un atentado que puede pensarse masivo, pero que no ha resonado en los medios de comunicación como lo han hecho otros eventos similares de desaparición, esto a razón del enorme temor que los familiares de las victimas resienten como testigos de la violencia en la zona.
Los intereses económicos actuales en el noreste mexicano no se alejan a la del resto del país, donde se traducen en la explotación de los recursos naturales, la depredación de flora y fauna, así como la contaminación de recursos tan vitales como lo es el agua. La depredación ambiental no es otro rasgo que escapa a esta síntesis, pues en agosto del año pasado tuvo lugar una fuga en los ductos de la refinería, presuntamente causada por una toma clandestina, que como resultado vertió sobre el Rio San Juan una cantidad de crudo equivalente a 4000 barriles. Lo cual alarmó a sus pobladores sobre la sanidad del rio del cual abastecen tanto su consumo personal como el de riego de sus cultivos y animales.
Tras el derrame en el Rio San Juan, la alerta ambiental cobró relevancia para unos cuantos pobladores, que encabezados por el párroco de la iglesia La Merced, el llamado padre Don Chema, han logrado atraer la atención de los medios de comunicación como vía para que las autoridades den resolución a la constante amenaza que significa la refinería para su salud, pues aseguran que el derrame fue la gota que derramara el vaso, dado que desde la construcción del complejo industrial se han hecho manifiestas las alteraciones ambientales, que de ser visibles en el aire o en el agua, temen imaginar el silencioso daño que hará sobre su salud.
Por supuesto los pobladores temen por su propia seguridad al ser pocos quienes junto con el padre Chema van encaminando los esfuerzos por hacer cada vez más audibles sus demandas frente a las afectaciones ambientales. Y es que el miedo aún está presente en la memoria de estas personas, pues para ellos no fueron gratuitos aquellos pasajes del mes de mayo de 2012, cuando fueron hallados 49 cuerpos en la carretera libre a Reynosa, y es que para su caso saben que la línea que divide al gobierno y al crimen es bastante delgada; sin embargo han afirmado que persistirán en sus intenciones de organización, sabiendo que una de las dificultades de su causa es convencer a más gente de la necesidad de atender las alteraciones ambientales.
Si bien, como dijimos, el caso particular del municipio de Cadereyta sirve de síntesis para nombrar dos grandes fenómenos de amenaza para la vida y la sociedad, también el ejemplo de éste municipio es útil para reflexionar sobre el espacio como proyecto político.
La inteligencia de una comunidad que construye su propia economía a partir de los recursos geográficos bajo los cual ha tenido a bien ampararse, es rebasada por la industria capitalista, aquélla pretende garantizar los satisfactores más elementales de ese pequeño grupo organizado, es sustentable para él mismo, y en ello es un proyecto político propio. Por su parte, la lógica de la industria del capital, como en el caso de Cadereyta, se impone por sobre el proyecto democrático que a través de la historia han escrito sus pobladores, y con ello surge una grave contraposición entre ambos proyectos. En el caso, el municipio dedicado a la agricultura y ganadería, debe ahora compartir sus recursos como el agua con la alta demanda de la misma por parte de la industria petroquímica.
El discurso modernizador y desarrollista justificará siempre imposiciones de tal magnitud, se apropia sin reservas del espacio, y mata lentamente el proyecto originario que se tenía para el espacio. Así la alta toxicidad de la industria petroquímica hace cada vez más insostenible la agricultura en el poblado de San Juan, siquiera la propia vida humana en los límites con la refinería. Cadereyta Jiménez es uno de los muchos ejemplos de espacios que sufren la expansión del capital en el espacio.
*Las fotografías que acompañan este artículo fueron tomadas de la red.