10 de abril, 2024
A 105 años del asesinato de nuestro Gral. Emiliano Zapata, retomamos nuevamente las palabras que el compañero Francisco Pineda, estudioso del zapatismo, expusiera en presentaciones públicas, donde nos deja valiosos trabajos, como ya dijimos, de la historia desde sus propias fuentes y desde el sentido y significado de los propios pueblos.
Emiliano Zapata y 26 generales del Ejército Libertador expusieron la situación revolucionaria en que se encontraba el país entre 1914 y 1915, en un manifiesto dirigido A los Habitantes de la Ciudad de México, con estas palabras:
“El ejército no existe ya, el tesoro público está exhausto, el crédito nacional se desplomó en la bancarrota, el gobierno está deshonrado por el asesinato y por la traición, los intelectuales del porfirismo han hecho fiasco, las clases acomodadas han puesto de relieve su corrupción y su cobardía, el clero católico ha patrocinado las peores infamias y ha hecho alarde de un impudor inaudito.
El antiguo régimen ha quedado vencido en los campos de batalla, en los campos de la idea, ante la moral, ante la civilización, ante la conciencia universal, que protesta indignada contra ese aluvión de crímenes, contra esa escandalosa ostentación de todas las desvergüenzas y todas las podredumbres.”
Emiliano Zapata,
General en jefe del Ejército Libertador.
En 1914, el crecimiento de la fuerza revolucionaria zapatista era notable. Al respecto, consideren ustedes que el Acta de Ratificación del Plan de Ayala, firmada en San Pablo Oztotepec, Milpa Alta, fue promulgada por jefes zapatistas originarios de muchas partes del país: Morelos, Guerrero, Puebla, Estado de México, Distrito Federal, Hidalgo, Sinaloa, San Luis Potosí, Veracruz y Zacatecas.
Estos revolucionarios expresaron su decisión de liberación social, para toda la república. Con su lucha y con sus firmas sostuvieron, ahí, en el Acta de Ratificación del Plan de Ayala lo siguiente:
La revolución debe proclamar altamente que sus propósitos son en favor, no de un pequeño grupo de políticos ansiosos de poder, sino en beneficio de la gran masa de los oprimidos, y que por lo tanto, se opone y se opondrá siempre a la infame pretensión de reducirlo todo a un simple cambio en el personal de los gobernantes, del que ninguna ventaja sólida, ninguna mejoría positiva, ningún aumento de bienestar ha resultado ni resultará nunca a la inmensa multitud de los que sufren.
Campamento revolucionario en San Pablo Oztotepec,
Distrito Federal, 19 de julio de 1914,
Ejército Libertador.
Poco después, a finales de 1914, cuando Carranza desconoció a la Convención celebrada en Aguascalientes, dio inicio una nueva guerra.
El 14 de noviembre, Emiliano Zapata expidió la orden general para tomar la Ciudad de México. El Ejército Libertador tenía desplegadas sus fuerzas desde Chalco hasta Milpa Alta y del Ajusco hasta Cuajimalpa. Las avanzadas zapatistas pronto tomaron Iztapalapa, Xochimilco, Tlalpan, San Angel y Coyoacán; Santa Fe, Tacubaya, Chapultepec y la estación de Buenavista.
El 24 de noviembre de 1914, el Ejército Libertador tomó la capital de la república. Apenas habían transcurrido tres años desde que, en la soledad de la agreste miseria, la revolución campesina proclamara el Plan de Ayala; textualmente, para “acabar con la tiranía que nos oprime y redimir a la Patria de las dictaduras que nos imponen”.
(…) El 1° de mayo de 1915, una banda de música del Ejército Libertador acompañó el desfile del Sindicato Mexicano de Electricistas por las calles de la capital. En seguida, el 5 de mayo, para conmemorar la batalla de Puebla, el Sindicato de Maestros de Escuela formó filas junto con tres mil efectivos de infantería, caballería y artillería del Cuerpo Nicolás Bravo del Ejército Libertador.
En aquellos meses, la revolución campesina de México desplegó un trabajo político y organizativo muy importante en la capital de la república; especialmente, con los campesinos del Distrito Federal pero también con los obreros de Contreras, San Pedro de los Pinos y Tacubaya; con los obreros de la fábrica de calzado Excélsior, con el Sindicato de Maestros de Escuela, Sindicato Mexicano de Electricistas, Sindicato de Empleados y Obreros de la Compañía de Tranvías de México, Sindicato de Empleados de Comercio, Sindicato de Dependientes de Restaurant, Sociedad de Conductores de Carruajes Hijos de Hidalgo y participó en el nacimiento de la Confederación General del Trabajo.
Ahora quisiera referirme a la importancia del trabajo de Emiliano Zapata como organizador. En los archivos zapatistas existen muchos testimonios documentales de esa labor de Emiliano Zapata y su equipo de trabajo. El Cuartel General del Sur atendió cuidadosamente la ejecución del Plan de Ayala, y todos los asuntos políticos y militares de la revolución.
Pero, además, Emiliano Zapata atendió con mucha dedicación las tareas para resolver las necesidades del colectivo social: auxilio económico, víveres, vestimenta y semillas para sembrar; abasto de leña, forraje y aparejos; resolución de diferendos sobre tierras, chinampas, bosques, agua, ganado, herencias y casas habitación; impartición de justicia, asuntos judiciales, funcionamiento recto de los ayuntamientos, educación y salud; operación de caminos, correo, telégrafo y ferrocarril; comercio, producción de las fábricas de azúcar, fábricas textiles y fábricas de papel, minas, construcciones.
Todo eso y mucho más consta en los archivos de Zapata, formado por miles y miles de documentos.
El trabajo organizativo que desplegó Emiliano Zapata y su equipo del Cuartel General fue enorme.
El general zapatista Serafín Robles dejó testimonio directo de cómo se establecieron las Fábricas Nacionales de la revolución campesina de México.
Escribió Serafín Robles:
A principios de 1915, al quedar el Estado de Morelos libre de tropas enemigas, la maquinaria de los 34 ingenios azucareros estaba en buenas condiciones.
El general Zapata, hombre habituado al trabajo, dispuso que por cuenta de la revolución trabajaran los ingenios. Inmediatamente, el general Zapata envió a la Ciudad de México personas que compraran lo que hacía falta.
Por ejemplo, bandas de cuero para las máquinas, ya que los combatientes zapatistas las habían tomado para hacerse huaraches; también los filtros, pues se habían empleado para hacer gabanes.
Y también en el extracto que presentamos sobre las jornadas de junio de 1915, donde refleja de manera verídica el proceso convergente entre las luchas del campo y la ciudad y donde de manera evidente se observan las decididas participaciones de las mujeres mexicanas en un contexto de guerra, hambruna, insurrección y voluntad de lucha, de clase, género y etnia, de los pueblos del maíz.
Dice Pineda en el libro 1915, Ejército Libertador:
“Municiones a Veracruz y frijoles a Nueva York. Las acciones directas de la multitud ocurrieron en las fechas que el Ejército Libertador había rechazado la ofensiva militar carrancista. Aquellos fueron días de extraordinaria lucha en las calles. La agitación y la disposición a pelear por la causa justa del pueblo eran elevadas tanto en la ciudad, como en la resistencia armada zapatista, y en el bando insurgente se habló de guerrilla social. Eso enardeció tanto a los roquistas, que las rebeldes urbanas fueron llamadas ‘mujerzuelas’; los trabajadores pobres, ‘boleros’; en conjunto, ‘populacho’. También, fueron borrados por la historiografía dominante. Y su memoria, la experiencia histórica de la revolución social en la ciudad de México, fue convertida en algo ‘inexistente’.
Jornadas de junio
La combinación del levantamiento urbano y la defensa armada de la capital fue el rasgo más peculiar de las jornadas de junio. En el mismo espacio y tiempo, los más humildes y los más oprimidos, en combate: las mujeres pobres contra la burguesía y el ejército de los campesinos revolucionarios contra el carrancismo. Con un añadido importante, era la capital de la república y tiempo de revolución.
Aquellas columnas multitudinarias de mujeres pobres pasaron de la defensiva a la ofensiva. Ya no acudieron a la asamblea parlamentaria, donde se les ofreció limosna, sino al Cuartel General del Ejército Libertador. Y ya no pidieron maíz, lo tomaron por medio de la acción directa. Si en 1911, la proclama del Plan de Ayala para restituir, confiscar y nacionalizar las tierras fue, abiertamente, un llamado a la insurrección campesina; ahora, en la capital, la confiscación masiva de los alimentos, en los hechos, era un llamamiento a la insurrección urbana. (Mapa 17)
En junio de 1915, surgió una situación insurreccional. Pero, no era la huelga política general de los obreros lo que generaba condiciones para el levantamiento urbano masivo, sino la fuerza de las mujeres y los campesinos, en las calles de la capital y en la línea de fuego. En esta coyuntura, el problema crucial de la insurrección urbana no era cómo ganar para la causa a un sector del ejército represor —como ocurrió en otras experiencias— sino cómo incorporar a los hombres trabajadores al levantamiento.
La huelga revolucionaria para ejecutar, en la capital, masivamente el Plan de Ayala y nacionalizar los bienes a los enemigos de la revolución estaba a la orden del día, igual que la defensa militar. Lo crucial no eran los alegatos doctrinarios. Más bien, los acontecimientos señalaban una posible ruta: ligar orgánicamente la fuerza de la insurgencia campesina con la rebelión de las mujeres y llamar a la huelga general como medio auxiliar para producir la insurrección.
El levantamiento general en la ciudad y la confiscación a los enemigos de la revolución, no eran una utopía; más bien, fue la acción masiva de las mujeres pobres en las calles. En los hechos, fue el punto más alto de un trayecto convergente, en las luchas del campo y la ciudad. Así lo indica un breve recuento de lo que se ha expuesto hasta aquí.
1. La convergencia de zapatistas y magonistas, así como el sector revolucionario de la Casa del Obrero Mundial y, también, impulsores de las luchas sindicales y femeninas: Dolores Jiménez y Muro, Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Susana y Angel Barrios, Paulino Martínez, Antonio Díaz Soto y Gama, Santiago Orozco, Luis Méndez, Prudencio Casals, Miguel Mendoza López Schwerdtfeger, Rodrigo Gómez, Ignacio E. Rodríguez, Adolfo Santibáñez, Felipe Santibáñez, Enrique Bonilla, A. R. Galván y Raimundo Osorno Aguilar, entre otros.
2. El trabajo de los delegados surianos en la Convención, por el derecho obrero a organizar sindicatos, huelgas, boicot y sabotaje, así como por la emancipación de la mujer.
3. El trabajo político de los zapatistas, especialmente con obreros de Contreras, San Pedro de los Pinos y Tacubaya; con los obreros de la fábrica de calzado Excélsior, con el Sindicato de Maestros de Escuela, Sindicato Mexicano de Electricistas, Sindicato de Empleados y Obreros de la Compañía de Tranvías de México, Sindicato de Empleados de Comercio, Sindicato de Dependientes de Restaurant, Sociedad de Conductores de Carruajes Hijos de Hidalgo y su participación en el nacimiento de la CGT.
4. La formación de milicias urbanas dentro de las filas del Ejército Libertador, la Brigada del Sur, a cargo de Otilio Montaño y Leobardo Galván; la brigada Matamoros, el 8º regimiento de caballería de la brigada Cal y Mayor, el Regimiento Femenil y su Brigada Sanitaria.
5. La instrucción de las milicias urbanas, en las armas de infantería y caballería, así como en explosivos.
6. La organización de brigadas de información y propaganda, periódicos, mítines, desfiles, conferencias, obras de teatro y proyección de películas acerca de la explotación.
7. Sobre todo, la presencia combativa del ejército de los campesinos revolucionarios, el Ejército Libertador, en la capital de la república.
Esa trayectoria convergente de la revolución social arribó a su punto más alto, en junio de 1915. La situación insurreccional que se produjo era la condición necesaria para asumir los siguientes escalones revolucionarios: aplicar masivamente el Plan de Ayala en la ciudad y confiscar los bienes a los enemigos de la revolución, acaparadores y especuladores, que era la burguesía en masa; en consecuencia, estructurar órganos populares para el control de los alimentos y la producción.
Ese proceso revolucionario de los pobres del campo y la ciudad, a pesar de grandes dificultades, arribó a un punto en que se avizoraba otro horizonte histórico: la posible unidad orgánica del Ejército Libertador y el levantamiento urbano; la combinación de trincheras y barricadas para asumir conjuntamente la resistencia armada al carrancismo y a la burguesía. Incluso, para generar en la base social una vía revolucionaria opuesta al parlamentarismo inútil en que cayó la Convención. Tal es, en mi opinión, el significado histórico de las jornadas de junio y su principal enseñanza, la ausencia del paso decisivo en el momento insurreccional.
Grupo Editorial de la Casa de Todas y Todos.