“…Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda
cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena
y defenderé el Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado.
No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir
la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo…”
Salvador Allende, en su último mensaje a la Nación
Bombarderos de las Fuerzas Armadas de Chile realizaron el primer ataque al palacio de La Moneda y provocaron el incendio del ala norte, mientras la ofensiva era reforzada con ráfagas de bala y gases lacrimógenos que se prolongaron por 16 minutos. Al mismo tiempo, otros aviones avanzarían hacia la calle Tomás para atacar la casa del presidente, en una ofensiva ordenada y financiada por el gobierno de los Estados Unidos, encabezado por Richard Nixon, representante y defensor de las grandes empresas trasnacionales.
La aparente tranquilidad de la mañana de aquel 11 de septiembre de 1973 se vio sacudida por las detonaciones de las bombas cayendo sobre La Moneda, las balas silbando contra los muros de la sede presidencial y el mensaje de Salvador Allende transmitido por la radio, a veces interrumpido por las explosiones de las bombas.
“Mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡Viva el pueblo!, ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”, arengaba el presidente por la radio, sintonizada por miles de trabajadores, estudiantes, campesinos y simpatizantes.
Mientras tanto, en la Universidad Técnica, fábricas, ciudades y pueblos de todo el país, eran arrestadas miles de personas y asesinadas otras, en el inicio de la peor pesadilla que viviría Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet, títere impuesto por el gobierno de Estados Unidos.
“¡Allende no se rinde, mierda!”, exclamaba el Presidente a las 13:40 horas, segundos antes de dispararse con un fusil que le había regalado Fidel Castro. Había resistido hasta el último momento la desigual batalla, junto a voluntarios de su equipo. Otros abandonarían el lugar de los combates por orden del mismo mandatario.
El cuerpo de Allende sería encontrado 20 minutos después de la ofensiva -con sus otros acompañantes -, por el general Javier Palacios, al ingresar con sus tropas al Palacio Nacional.
Un despliegue militar impresionante continuó la ofensiva criminal en las calles contra el pueblo inerme y desarmado: tropas y carabineros habilitaron el Estadio de Chile y el Estadio Nacional como campos de concentración ese mismo día. Los saturaron con 5 mil 600 detenidos a eso de las 22:00 horas del día. Arremetieron contra todo sospechoso de simpatizar con el gobierno de la Unidad Popular en las calles y plazas, en las escuelas y centros de trabajo.
La resistencia se mantuvo durante todo el día, sin esperanzas de triunfo por parte del pueblo desarmado. A ocho horas de la muerte de Allende y su equipo, en la Universidad Técnica del Estado, estudiantes, profesores y trabajadores eran rodeados por militares, mientras Pinochet tomaba juramento como presidente de la Junta Militar frente a las cámaras de televisión. Ahí daba lectura al decreto que anunciaba el estado de sitio en todo el país, que inauguraba la peor pesadilla para el pueblo chileno.
Lo que siguió fue la clausura del Congreso Nacional, la prohibición de todos los partidos políticos por tiempo indefinido y la ejecución de un plan sistemático de represión contra la sociedad chilena, que a lo largo de 15 años dejaría más de 30 mil víctimas de torturas, desaparición forzada y prisión, además de miles de exiliados.
En sus últimas palabras, Allende vaticinaba lo que viviría al país bajo el gobierno militar:
“Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder”.
Al cumplirse el 50 aniversario del brutal suceso muchas heridas siguen abiertas en las madres de hijos secuestrados por la dictadura, en los exiliados, en los perseguidos y desaparecidos, en los luchadores sociales que enfrentaron la dictadura, en los niños, estudiantes, campesinos y obreros que hoy siguen resistiendo la embestida de un capitalismo de nuevo rostro en Chile, primer laboratorio de la economía neoliberal en América Latina. Y es que poco se habla de los intereses económicos que motivaron el golpe militar contra un país rico en recursos naturales (especialmente cobre), donde un gobierno electo por voto popular empezaba a expropiar empresas trasnacionales bajo un programa de corte socialista.
Los mismos intereses trasnacionales que generan el saqueo de recursos naturales y la explotación de mano de obra, siguen moviendo al imperialismo en el nuevo contexto que vivimos. Por eso, siguen teniendo validez aquellas palabras de Allende que llegan hasta nuestros días como un eco lejano:
“Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.”
Grupo Editorial de la Casa de Todas y Todos.