Hemos recibido la triste noticia de que el compañero José, (Josesón o el “oso” como entre compañeros lo llamábamos), ha fallecido.
Compañero mexicano, hijo de migrantes alemanes judíos en la época del nazismo. Médico de profesión, especializado en salud pública, se acercó a militar en nuestra organización en 1974 -años de persecución política-, cuando sufríamos la pérdida de los primeros compañeros en Nepantla. Periodo donde igual que siempre, cualquier ayuda, por mínima que sea, es importante en una lucha de Liberación Nacional y para una organización, que para salir adelante, obtiene sus fondos del producto del trabajo interno de sus militantes, sin recurrir a actividades que pongan en riesgo a la organización y sus integrantes.
Ya para los años ochentas, decide integrarse a participar primero como colaborador, militante urbano, semiprofesional y posteriormente ya como profesional en nuestras casas de seguridad. Recibió formación de compañeros como Aurora, Mario y Ruth, quienes sin duda alguna enseñaban con el ejemplo. Así, vive con ellos en el estado de Chihuahua. Quienes convivimos con “Josesón”, recordamos un sinfín de anécdotas del quehacer diario como compañero, médico, intendente, mecánico, chofer, piloto y copiloto en muchos viajes necesarios para el desarrollo de los trabajos de consolidación organizativa de aquellos años.
Después del asesinato de Mario y Ruth en 1983, dedicó años de su vida en auxiliar al compañero Oscar (Fidelino), quien quedó parapléjico después del ataque a la casa donde Ruth fue asesinada por las policías locales y el ejército federal. A él debemos que Oscar tuviera cierta recuperación y aprendiera a sobrevivir en la discapacidad.
Fue miembro del Buró Político y tuvo participación en los documentos que se produjeron en aquella época como nuestras tesis políticas, en especial la Tesis de la Religión. Colaboró en nuestro periódico Nepantla en sus diferentes momentos con artículos como Tuberculosis y capitalismo, del Nepantla 9 (1980), Los palestinos (en el mundo), 1ª y 2 parte, donde el compañero nos explica la diferencia entre judío e israelita y la confrontación en esa época entre judíos y palestinos, así como la lucha de los palestinos contra los israelitas; en otro artículo nos habló sobre los accidentes de trabajo y cómo la violencia capitalista también se disfraza de “accidente”; también nos habló sobre cómo combinar el trabajo civil y la militancia revolucionaria. En 1982, en el artículo Mi testimonio, comenta sobre cómo se fue incorporando a la organización y en 1984 nos platica sobre su paso por la semiprofesionalización.
Como recordatorio al compañero, Incluimos el texto titulado “MI TESTIMONIO”, que apareció en el Nepantla 20 del año 1982:
“Ofrecemos en este número el testimonio militante del compañero José.
Cada uno de nosotros ha vivido de manera diferente el proceso revolucionario que impulsa y desarrolla nuestra organización: desde las motivaciones para nuestro reclutamiento, nuestro origen de clase, las tareas cumplidas, los estímulos recibidos y mil detalles más que conforman nuestra militancia.
Pensamos que el relato de la experiencia militante del compañero José, será sin duda un estímulo para que cada uno de nosotros acepte la invitación a colaborar en esta nueva sección…
MI TESTIMONIO
El primer contacto que tuve con la organización fue a través de un amigo cuyo conocimiento de la teoría marxista y de la situación económica y política de México me hacía tenerle respeto y confianza. Él me preguntó si estaría yo dispuesto a colaborar con gente que andaba organizando la lucha armada “en un país de América Latina”. Le hice entregas primero ocasionales y después regulares (aunque siempre pequeñas) de dinero y de cosas que me iba pidiendo; esas cosas eran objetos comunes y corrientes (y bien corrientes porque él insistía en que no gastara mucho en ellas) cuyo empleo para un proyecto revolucionario se me hacía de lo más misterioso ¿Para qué demonios querrían hilo verde que forzosamente debía ser verde? ¿Y unas cortinas viejas? ¿Vasos de vidrio? ¿Seguro que no dijiste botellas, botellas de vidrio para los cocteles Molotov?
No pasó mucho tiempo para enterarme de que ese país latinoamericano “con cuya futura revolución había empezado a colaborar”, es el nuestro. Esta bueno –pensé- pero eso de la guerra revolucionaria queda muy lejos; pues de todos modos voy a colaborar porque México Socialista es un bellísimo sueño y porque se me están pidiendo colaboraciones que puedo dar sin que me cuesten mucho trabajo y sin comprometerme demasiado. Por cierto, que desde entonces nunca, pero nunca, se me pidió algo que no pudiera hacer o que no estuviera dispuesto a hacer. En esa época estaba bien para mí el colaborar con la revolución, en tanto no se afectara mi estilo de vida: entendía la necesidad del cambio radical para más de cincuenta millones de mexicanos, también la manera de lograrlo… pero yo no estaba entre esos millones, sólo tenía con ellos un pedacito de mi conciencia.
Y siguieron las reuniones periódicas en los cafés con una compañera profesional, que fue muy hábil para amasar y echarle levadura a ese pedacito de conciencia. Ché, Inti, los tupamaros, Tania, Fucik, Viet Nam…. Empecé a devorar toda esa experiencia que el dizque marxismo universitario quiere enterrar: “Pero México no es lo mismo que Cuba; las condiciones (tú sabes) no están dadas”. Aunque sí me invitaron –me decía yo- es que ya hay una tremenda organización clandestina, miles de gentes, y como me piden poquito, ya han de tener todo listo…. Lo prolongada que ha de ser la guerra popular; lo difíciles que son los preparativos: lo cuidadosos que deben ser los reclutamientos; la existencia de militantes profesionales que no se dedican todo el día a tirar balazos, sino que tienen que comer, vestir y habitar una casa; todo eso no me pasaba entonces por la cabeza.
Me admiraba la puntualidad de la compañera profesional para llegar a nuestras citas, la paciencia que mostraba, sus opiniones sobre lo que estaba pasando en México y en otras partes, el respeto con que me trataba, el genuino interés que tenía en mis avances y retrocesos, el que nunca haya pedido más que café o un refresco nomás para guardar las apariencias.
Una sola vez la vi alterada: cuando Nepantla. Sin embargo, a pesar de tan terrible situación (ver Nuestra Historia, Nepantla No. 11), nunca se me pidió nada más de lo que estuviera dispuesto a aportar… que en ese momento fue mi miedo. Dejé de soñar y me dio por correr (se entiende que p’atrás); pasado el pánico quedó el coraje, así que continué colaborando aunque un tanto…. fruncido.
Esta admirable compañera me comentó que había una represión cada vez mayor en México, y que la gente más comprometida le llegaba más cerca. En aquel entonces no entendía yo que allí estaba la guerra; a pesar de Nepantla, a pesar de lo difícil que resultaba –y lo que resulta- la conspiración, la acumulación clandestina de fuerzas, seguía viendo la guerra como lejana, también el aumento de mi compromiso con la revolución. Curiosamente sabía, en otro compartimiento de mi coco, que las condiciones de miseria de nuestro pueblo estaban empeorando día con día, así como su inconformidad; pero no era capaz de ligar una cosa con la otra porque en medio estaban mis condiciones relativamente fáciles de vida.
Poco después caería asesinada por los soldados de la burguesía esa compañera profesional, paciente, respetuosa, responsable. Se llamaba Paz porque sabía que eso se logra con la guerra; se llamaba Aurora porque veía el futuro sin hambre de los niños, el trabajo digno de los obreros y campesinos, el techo para todos, la sociedad sin parásitos. (Ver los Comunicados Confidenciales de febrero de 1975, febrero y octubre de 1976; también Nepantla No. 8). Ahora me quedaba claro que nuestro lema va en serio, que nuestra organización era grande no por la cantidad de gente que tuviera, sino por la grandeza de compañeros como Paz. Nepantla me golpeó de lejos, no me sentí tan afectado porque no conocí (desafortunadamente) a ninguno de los compañeros caídos. Pero la muerte de Aurora me obligaba, a la vez que me hacía tener total y absoluta confianza en las FLN. La muerte de Paz hizo vivir para mí la letra de nuestros comunicados, hizo que cobrara sentido el Cal-C-tose, hizo que no viera más mis citas periódicas de café como otra rutina de las muchas que estaba obligado a cumplir.
Así se me creó, pues, la confianza en la organización. Pero seguía –y seguí por demasiado tiempo más- percibiendo a esa organización como algo externo, ajeno a mi trabajo; “yo” les daba parte de mi tiempo, de mi esfuerzo, de mi dinero, a “ellos”. Se necesita ser especial –me decía- para hacer lo que ellos hacen. Necesitaba confianza no sólo en las FLN, sino en mi propia capacidad para aportar algo. Una “inseguridad” demasiado individualista, la de creer que hay que ser “especial” para aportar algo “especial”… De cualquier manera, casi al empezar a colaborar se me pidió una lista de aquellas habilidades que yo tuviera y creyera útiles; me acuerdo que la escribí en un papelito chiquito y con letras enormes. Era fácil la posición de sentirse incapaz de hacer y de aprender a hacer. Y es que entonces ni me imaginaba todas las habilidades, todas las capacidades técnicas, todos los oficios que se requieren para cumplir con las tareas de la organización; tampoco sabía que ésta se preocupa muy especialmente de fomentar su aprendizaje entre los militantes. Entonces estaba influido por la nefasta imagen creada por el imperialismo a raíz de la revolución cubana, de que hacer la guerra de guerrillas consiste en subirse al monte con unas armas, comenzar a tirar tiros… y ya estuvo.
Entretanto, los compañeros fueron creando mecanismos para acelerar y facilitar la adquisición de conciencia revolucionaria. Mis visitas a las casas de seguridad acabaron con la idea del “ellos y yo”, me hicieron percibir a los compañeros precisamente como compañeros, y no como marcianos; entendí que el ambiente era de lo más propicio para aprender…. siempre y cuando pusiera alguito de mi parte. Entendí lo importante de realizar una tarea común, compartida, aunque compartimentada.
En una de esas visitas me sentí muy orgulloso de que fabricáramos botas (más resistentes que las de los sardos), mochilas y hamacas. Ahora sabía para qué eran los ojillos de aluminio…………, la ………….(lona ahulada…………), y el hilo de nylon…………, todos ellos encargos que me eran explicados con mucha precisión.
Durante esa visita se me dio la tarea de confeccionar una funda para pistola que debía servir para el monte, después de 8 horas de trabajo e incontables piquetazos con la aguja de zapatero. Creí haber producido algo magnífico; pero el compañero responsable la “probó” y ¡zaz! La hizo pedacitos…. ¿Cómo llevar algo tan poco resistente …..? Lección más que efectiva para empezar a combatir mi hasta entonces incurable tendencia al “ahí se va”.
Las visitas a las casas de seguridad le dieron un sentido más cabal, más completo a mi militancia. Además de entender para qué servían los encargos, me impresionaron fuertemente la organización y la disciplina: Sin presiones, sin fricciones, se podía convivir en un espacio mínimo con un montón de gente, además, de gente con la que uno estaba de acuerdo en cómo usar la vida… El uso y la distribución tan rigurosa de lo que había, desde los alimentos hasta la maquinaria; el que todo el mundo hiciera algo útil y no hubiera vagancia ni desagrado por el trabajo; la limpieza y el orden: el respeto y el clima de compañerismo. ¡Qué diferencia con los cuarteles del ejército burgués! Y sin embargo todo ese orden, la disciplina, el compañerismo, el trabajo, las jerarquías, conformaban la organización de un ejército, aunque de otro tipo. No es fácil para alguien acostumbrado a cierta anarquía, a las comodidades, a la disque independencia, el plantearse una vida militar; pero a pesar de eso me resultó muy atractiva y me hizo ver que no había que ser “especial” porque todo, es decir nada, lo era.
Otro hecho que influyó de manera determinante en mi relación con las FLN fue la publicación de los Estatutos. Uno está acostumbrado a leer leyes, constituciones y demás letra muerta, y se declara automáticamente enemigo de todas esas formalidades de papel. Pero ésto es diferente, porque los Estatutos reflejan mucho de lo que yo conocía de la organización, no son papeles sino realidades. Poco después, cuando presté mi juramento, en el carro estacionado frente a un centro comercial, sentí que eso ya lo había sentido y dicho antes…
En mi vida civil tenía un trabajo que me permitía sentir “importante”. Durante mucho tiempo creí que era uno de los pocos trabajaos en los que uno no se hacía cómplice del Estado, del capitalismo. Pero a través de lo que iba aprendiendo con la militancia, me fui haciendo cada vez más intransigente (aunque no llegué a arrancarle la cabeza a mi patrón, ganas no me faltaron); como me prestaba poco a los enjuagues, a la corrupción, me hicieron renunciar cuando ya no les hice falta. Sólo entonces me di cuenta cabal de lo que había sido este trabajo: La vocación, el servicio al prójimo, la honradez ¡pamplinas! Así que me busqué una chamba en la que me pagaran sin ir a trabajar. Claro que, para no aburrirme, me fui emboletando cada día más en el trabajo de la organización.
Así, casi sin sentirlo, me vi de repente en el “tiempo completo”. Dejar la doble vida me resultó muy alivianante: La farsa de un trabajo que solamente conduce al cheque quincenal, la irritación del no poder realizar un trabajo honesto y productivo en la sociedad actual, los pleitos interiores de la distribución del tiempo entre esas dos vidas; a cambio de abandonar todo eso tengo ahora la posibilidad de obrar en consecuencia con lo que pienso, lo que me hace sentir en verdad muy bien…. Y cada día que pasa veo más coherente este nuestro negocio, veo nuestra empresa como más posible de realizar, porque hay compañeros como los que están y los que ya no están, porque está siempre el pueblo.”
Compañero José…. ¡Presente!
¡Vivir por la Patria! o ¡Morir por la Libertad!