Posted On 1 octubre, 2022 By In Editorial, Portada With 755 Views

Editorial: octubre, siglos de resistencia…

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Octubre nace con Aurora, o Paz, el día primero era su cumpleaños. Consciente como era, desde muy joven se integró a actividades políticas que de verdad buscaban modificar la realidad política de un México sin democracia, todo era represión y oscurantismo, cuando fue invitada a incorporarse como militante urbana a las nacientes Fuerzas de Liberación Nacional, no dudó en dar el paso, poco a poco acrecentó su militancia y así condujo nuestras actividades clandestinas en los peores momentos de la persecución, nunca se rindió y fue asesinada, ese ejemplo, no se olvida.

El 2 de octubre de 1968 el estado represor masacró a estudiantes conscientes que solo pedían democracia, mejores planes de estudio y mejorar la vida de todas y todos, la respuesta fue la muerte y la cárcel, Dos de Octubre: Ni perdón ni olvido.

El 23 de octubre  celebramos el nacimiento de nuestro primer responsable histórico, el compañero Pedro, muy joven eligió estudiar la licenciatura en derecho y ciencias sociales para tratar de apoyar con la aplicación de las leyes una mejoría en la situación social, asesoraba a los obreros que demandaban a sus patrones, pero la feroz represión policiaca y la masacre de los estudiantes, lo llevó a optar por la lucha armada; así, un seis de agosto él y otros 6 rebeldes fundaron las Fuerzas de Liberación Nacional. Compañero Pedro, tu ejemplo, No se olvida.

El 26 de octubre nació el subcomandante Pedro, con ese grado militar dentro del Ejercito Zapatista, condujo los combates en el sector a su cargo el día 1 de enero de 1994, encabezó la toma del edificio de la presidencia municipal de las Margaritas que no se rendía, una bala cegó su existencia, pero no su ejemplo. Subcomandante Pedro, No se olvida.

El día 8 de octubre de 1967 es el último día que el heroico comandante, Ernesto Guevara escribió en su diario de campaña, por ello esa fecha fue nombrada como el día del guerrillero heroico, muchos luchadores sociales no han dudado en seguir su ejemplo y su frase, aún tiene vigencia: Hasta la victoria siempre”, No se olvida.

En 1492 unos buques guiados por la ignorancia, arriban a un continente para ellos desconocido, eran conquistadores en busca de riquezas. Los pueblos originarios fueron denominados como indígenas, que en ese instante iniciaron su resistencia. Lucharon hasta encontrar su libertad, que aún hoy por diversos métodos, otros “modernos” conquistadores, pretenden arrebatarles. Los días 12 de octubre han sido nombrados como “Día de la resistencia indígena,” 12 de octubre, no se olvida.

Sobre nuestra compañera Aurora, transcribimos un fragmento de un artículo aparecido en el Nepantla 8 del 27 de diciembre de 1979 de la Cra. Esther, que escribió sobre ella…..

Aurora, ejemplo de revolucionaria…

Por la Cra. Esther.

Aurora era una compañera muy abierta, a veces muy alegre, bromista, ante todo muy vital y muy segura de sí. Al hablar de ella menciono su carácter y su sentido del humor entendidos como reflejo de su confianza en el futuro, de su satisfacción, hasta donde su espíritu crítico se lo permitía, con su realidad cotidiana.

Se reía a costa de todo, aún a costa de cosas que tomaba muy en serio. Por ejemplo, con la necesidad, que seguramente no veía lejos, de ampliar nuestros métodos de propaganda. Decía que, si las exigencias del clandestinaje no se lo desaconsejaran, llamaría de puerta en puerta, (para platicarlo, utilizando lenguaje de publicista, hacía cara y voz de protestante molón, de esos que reparten Nuevos Testamentos y apocalípticas amenazas si no los escuchamos), anunciando la buena nueva de la organización y la militancia. O invitaría a esos muchachos que no saben que hacer con sus vidas, a darles sentido, en términos parecidos a éstos: “Agarra la onda, para ti es bueno militar en las FLN, conoces gente interesante, viajas, ¡Y te realizas!”. Sobre esto último, entendido como una preocupación pequeñoburguesa, ironizaba encarnizadamente.

Lloraba cuando se sentía triste, no le daba pena, pero definitivamente lo mejor que podíamos hacer nosotros entonces era no notar que estaba llorando. Si quería contar algo, lo contaba nada más.

Cuando la conocí (cuidadosa de su arreglo personal, muy limpia), no recuerdo si sin querer (pero sí que me arrepentí enseguida), mencioné a su hijo. Ella se mostró tranquila, me enseño fotografías del pequeño, que siempre traía consigo, y empezó a platicarme: su edad, sus travesuras. Riendo todavía al recordarlo, los ojos se le llenaron de lágrimas. Terminó, asegurando que su hijo la tendría de nuevo, en un mundo más justo. Luego me di cuenta: porque ella asumía este sufrimiento con plena conciencia de lo que significaba, por eso jamás evitaba hablar de él, aunque siempre terminaba con los ojos húmedos, anegados. Ella misma se encargaba de darle otro giro a la conversación.

Muy estudiosa, aún en conversaciones personales promovía el estudio del marxismo. Estuve en una clase donde expuso una parte de “El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado”. Seria y ordenada, no hacía comentarios ni los permitía hasta que terminaba de exponer. Terminando, se desentendía de los que no se relacionaran con el tema, y volvía reiteradamente sobre cada punto de éste. Repetía, sin exasperarse, si era necesario.

En 1974 Pacha y yo empezamos a estudiar con ella asuntos de sanidad. Ella era la encargada de la sanidad en la casa, creo que en realidad lo que quería era que Pacha y yo aprendiéramos algo, pero era sumamente modesta, decía que necesitaba estudiar y estudiaba igual que nosotros: nos leía, nos escuchaba, nos preguntaba. Como encargada de sanidad era muy prudente, y dulce, a veces regañaba: “cuidadito con enfermarse”.

Lectora incansable siempre que se podía. Leía incluso en el vehículo, durante sus viajes. Con Pacha leía en voz alta, decían que así no tenían que apenarse luego de todas las intrascendencias que platicaban por el camino. Pacha aseguraba que ellos dos no sabían hablar de otra cosa cuando viajaban. Que a él le gustaba, y mucho, conversar con los compañeros, de cualquier cosa, porque para él todas las cosas de los compañeros eran interesantes, pero que había seguramente, que procurar mejores formas de aprovechar el tiempo. Además, temían fastidiar a los compañeros que eventualmente los acompañaban. Recuerdo que un libro que con frecuencia llevaban en el coche era uno con textos cortos de Lenin: “Marx-Engels-Marxismo”.

A Aurora le gustaba Neruda. Lo oía quieta, sin decir nada. También “La mujer paseada” una canción de la que Pacha llegó a decir –antes de cantarla, de buena gana- que era el himno de las mujeres de la organización.

Ni ella misma escapaba de sus propias bromas. Alguna vez la oí burlándose de sus apuraciones adolecentes a ser bonita. Muy gracioso contaba también que alrededor de los 14 años participó en la campaña presidencial del compañero “Danzón” Palomino, y que su desilusión había sido grande cuando durante la campaña vio, nada menos que al “candidato del pueblo a la presidencia”, cuya intención había sido contemporizar seguramente, borracho de pulque, dormirse en el vehículo en que viajaban, y dejar caer la baba.

Le gustaban mucho los perros, pero por su casa, antes de incorporarse a las filas profesionales de la organización, además de perros habían pasado todo tipo de bichos, incluyendo un mapache, un caballo que vivía en el lavadero, conejos, tortugas, pollos, todo tipo de aves, etc., y su casa estaba en la ciudad. Su delicadeza para tratar a los animales era tal, que a los pavos les decía “listos”, no sabrosos, no obstante, su buen comer. Cuando le decían que la delicadeza que empleaba para tratar a los animales era mayor que la que acostumbrara con los humanos, decía bajito y riéndose que dependía del humano.

Contaba por ejemplo, que en su vida civil, un hombre –pasante de la licenciatura de economía- había llegado de visita a su casa con su mujer y sus hijos, y ahí se habían quedado. El tipo no trabajaba ni tampoco su mujer, y no tenían intenciones de hacerlo, pero comían y dormían bastante, y le descompletaban la ración de leche para su hijo. Ella podía convencer a la mujer de que había que trabajar, pero ésta era sumamente dependiente del marido y él, para colmo, un macho que no se lo permitía. Exasperada, Aurora le pidió a su visitante que desalojara la casa, pero él se negó, obstinándose. Entonces ella tuvo que obligarlo, a esas alturas, empleando un poco de saludable violencia, y la resolución que la caracterizó siempre.

En realidad, su falta de delicadeza para tratar a la gente no pasaba de ser una broma, con nosotros era, a su manera, muy cariñosa. Nos llevaba con frecuencia frutas o verduras que recogía durante sus viajes. A veces las compraba baratas, a veces las recogía nada más. Hasta un armadillo quiso recoger una vez, pero el animalito se negó rotundamente. Con frecuencia también, la fruta la transformaba ella misma en dulces o conservas. Hacía un ate riquísimo de tejocotes, una frutita que en el centro del país se da silvestre, a la orilla de los caminos, en bosques de coníferas, patios, etc. Se usa mucho para hacer dulces, sobre todo a fines y principios de año. Yo lo único que sabía de los tejocotes era que son de la misma familia que las manzanas. Se lo comenté el día que llevó el ate, y me empezó a bromear, pero sin que me diera cuenta. Me dijo que efectivamente, eran parecidos a las manzanas, sólo que mucho más pequeños; que precisamente para hacer el ate, lo más difícil y laborioso es pelarlos, uno por uno, y quitarles las semillas, especialmente cuando el pelapapas estaba viejo y desafilado. Nos reímos también con unos dulces cristalizados que hizo un día y le salieron de un “color verde sueño de mariguano, horrible”.

Como responsable de la Cd. de México, por sus comentarios, los de su responsable, así como por sus cargamentos, nos dábamos cuenta de que era incansable buscando mejores materiales y equipos para nuestros trabajos. Frecuentemente entregaba un material teniendo ya localizados dos o tres más para usarlos alternativamente en caso de que no funcionara el que entregaba.

El compañero que la acompañaba a Nepantla nos decía que la ropa de la casa donde vivían (tres compañeros y ella) ordinariamente la lavaba Paz por las noches, ya que habitualmente salía por las mañanas y regresaba tarde a la casa. Eso nos escandalizaba, aunque ella decía que no le daba trabajo y que en todo caso tenía que hacerlo. Creo que era su forma de contribuir al trabajo doméstico, a lo que siempre se sintió obligada a pesar de sus múltiples responsabilidades y de su particular sensibilidad a la discriminación de las mujeres en el trabajo.

Respecto a esto, recuerdo que en una ocasión le quitó por unos días la responsabilidad de repartir los trabajos de la casa a un compañero que a las mujeres a su alcance –ella y yo-, nos encargaba siempre trabajos tradicionalmente femeninos. Su criterio fue posteriormente ratificado por el primer responsable. Pero decía –Aurora-, que las compañeras debíamos entender que no era la nuestra una lucha de hombres contra mujeres ni mucho menos, que al enemigo no había que perderlo de vista de ningún modo.

Cuando volvía a verla después de Nepantla, di en pedirle que me hablara de mi compañero, caído en ese lugar. Ella me complacía invariablemente, a veces era ella la que empezaba la conversación preguntándome cosas de él. Lo había conocido mucho antes que yo y los había unido un fraternal afecto. Sin embargo, invariablemente también, terminaba diciendo que se pondría feliz cuando me volviera a casar. Que coincidía con Manolo en que era importante aprender a ver para adelante, en todos los aspectos, añadía ella, aunque sin darle demasiada importancia.

Se llevaba bastante bien con su compañero, pero decía que, sinceramente no tenía ella en eso ningún mérito, sino él, que era un hombre de paciencia extraordinaria. Lo admiraba mucho, decía que tenía que ser así, porque si su compañero no era para ella ejemplo, como revolucionario, no le veía sentido al matrimonio.

Nos criticaba el autoconformismo. Notaba que algunas gentes, ante la posibilidad real de la muerte perdían el interés en mejorar día con día, en deshacerse de “las piedras que todos traemos dentro de la cabeza”. También esto lo consideraba una gran inconsecuencia, entre otras cosas porque veía con toda objetividad la mencionada posibilidad como tal y tenía la absoluta seguridad del triunfo final de nuestro pueblo.

GRUPO EDITORIAL DE LA CASA DE TODAS Y TODOS

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